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QUINTETO DE VERANO 2011
Cinco
películas vistas en los últimos meses, y cuyo eje temático pasa por el delito,
en sus más diversos aspectos: la argentina “Perdido por perdido” (Alberto Lecchi, 1993), la italiana “Ladrones de bicicletas” (Vittorio
De Sica, 1948), y las norteamericanas “Mercado de
hombres” (Anthony Mann, 1949), “El botín de los valientes” (Brian Hutton, 1970) y “Frost / Nixon” (Ron Howard, 2008). Como siempre, atentos aquellos que no hayan
visto estas películas y no quieran conocer detalles de la trama, y luz, cámara
¡comentario!
La película
de Lecchi es un policial negro argentino, al menos
en el aspecto temático (ya que no tiene nada de film noir en lo visual). "Perdido por perdido" es la historia de un matrimonio
que componen Ernesto (Ricardo Darín) y Verónica (Carolina Papaleo), que pasa muy malos
momentos debido a una deuda hipotecaria usuraria, contraída con la compañía financiera
de Del Buono (Fernando Siro). Del Buono le recomienda a Ernesto hablar con un tal Pierotti (Jorge Schubert) y éste le propone, a cambio de un
poco de vil metal, fraguar el robo de su automóvil para estafar a la compañía aseguradora.
Así lo hacen, pero el detective de la compañía, el ex policía Matesutti (Enrique Pinti) descubre
el juego de Ernesto casi sin despeinarse. Pero, en vez de denunciarlo, Matesutti le propone
extorsionar a la financiera, cuyo verdadero negocio es exprimir a los incautos
como Ernesto hasta sacarles el último centavo. Como es de rigor en un policial
negro, las cosas se complicarán…
El argumento, sin
ser extremadamente original, es interesante, por encima del nivel medio de los
argumentos del cine argentino, y hasta guarda una sorpresa con respecto a quién es el cerebro de la organización delictiva. El problema principal
de “Perdido por perdido” son las actuaciones, en especial las de Schubert, Papaleo y Pinti, que
hacen imposible olvidarse por un minuto que uno está viendo una película
argentina. Otros dos problemas no tienen que ver con el filme sino con sus
circunstancias: uno, la continua agresión visual que representa la moda de
aquellos años de menemismo temprano; otro, el final
(que no referiré) y que hoy resulta moralmente chocante. El cínico individualismo
de comienzos de los ’90 parece hoy fuera de lugar, propio de otra época: y sino que lo diga el desengañado y soberbio progresismo caviar de un Jorge Lanata o un Martín Caparrós.
“Ladrones
de bicicletas” (“Ladri di biciclette”) es
uno de los filmes icónicos del neorrealismo italiano. En la arrasada Italia de
posguerra, Antonio Ricci (un gran Lamberto Maggiorani) consigue por fin un trabajo: pegar por
toda Roma anuncios de películas de Hollywood. La condición
para que se le conceda el mismo es que posea bicicleta: Antonio dice que tiene,
pero en realidad debe salir corriendo a comprar una, para lo cual su esposa María
(gran Lianella Carell) se
ve obligada a empeñar todas sus sábanas (!). A los pocos minutos de la película,
a Antonio le hurtan la bicicleta de una manera que pinta acabadamente el grado
de miseria en que estaba sumida Italia en aquellos años: el hurto de una simple
bicicleta justifica la participación de ¡tres! delincuentes trabajando juntos… El
resto del filme es el vía crucis de un buen hombre como Antonio y su pequeño
hijo Bruno (un gran Enzo Staiola,
entonces de apenas siete años) por las calles de una Roma que nunca pareció más
triste, buscando la bicicleta que les asegure el pan. El final está muy bien
resuelto (promediando el filme uno llega a preguntarse ¿cómo puede terminar
todo esto sin caer en el bochorno del lugar común? y De Sica sale airoso) y, por cierto, deja un nudo en la garganta.
“Ladrones…” es un
melodrama bien italiano, extraordinariamente bien hecho, en especial si se
tiene en cuenta que los actores no son profesionales. La ceremoniosa alegría de
Antonio ante su primer trabajo en mucho tiempo está muy bien presentada, al
igual que el progresivo deterioro de la relación padre – hijo promediando el filme, el pequeño recreo
del restaurante en que los dos comen pizza juntos, las tragicómicas escenas en
la casa de la adivina, la miseria desesperada en la que sobrevive la familia del
presunto ladrón. Sin duda, una película histórica.
Al año siguiente de
“Ladrones…”, Anthony Mann dirigió “Mercado de hombres” (“Border incident”) acerca del submundo de la inmigración ilegal mexicana
a Estados Unidos. El filme presenta a dos policías, uno mexicano (Ricardo
Montalbán) y otro norteamericano (George Murphy) esforzándose por desmontar la red de tráfico de braceros
(nuestros “peones golondrina”) dirigida por Owen Parkson (Howard Da Silva).
Por su exaltado y complaciente tono a la “Sucesos Argentinos” y su muy
evidente intención de congraciarse con el público (y el gobierno) mexicanos (y
de subrayar disimuladamente “mejor que no vengan si no tienen permiso legal”), el comienzo de la
película podría pasar tranquilamente por un documental acerca del flujo de
inmigrantes mexicanos con destino a las huertas y los campos del sur de
California. (De hecho, al comienzo se afirma que “Mercado de hombres” se basa
en historias reales). Las peleas cuerpo a cuerpo difícilmente parezcan verosímiles
a un espectador de hoy, y el viejo y querido truco de las arenas movedizas es un
tanto risible. Hay una nota de color que me parece importante señalar: en cierto
momento Parkson ordena a sus hombres deshacerse del
agente norteamericano con la inmortal frase “que parezca un accidente” (“make it looks like an accident”), la cual, desde años, se atribuye
erróneamente o a Vito Corleone o a su hijo Michael. Para destacar la muy
convincente fotografía noir de imponentes paisajes de la frontera
mexicana.
El nombre para Iberoamérica de “Kelly’s heroes”, “El
botín de los valientes” ["Los violentos de Kelly" para España], no sólo es mucho mejor que el original, sino que es mucho más fiel al carácter
de Spaghetti Western embozado de la película, no sólo por la presencia de Clint Eastwood como el ex teniente Kelly, sino por el argumento, que
parece trasplantado de las llanuras de Tennessee en
1864 a las del norte de Francia
en 1944: un grupo de soldados hartos de la guerra decide sacar su tajada,
robándose un cargamento de oro escondido en un pueblito detrás de las líneas enemigas.
Otros personajes importantes son el iracundo pero profesional sargento Big Joe (Telly Savalas), el conductor de tanques y graciosamente
anacrónico hippie Oddball (Donald Sutherland), el cabo Willard (Harry Dean Stanton) y el autoparódico general Colt (Carroll O’Connor). La pintura del
comando norteamericano no es precisamente halagüeña: la aviación y la artillería
muestran una preocupante tendencia al fuego amigo, los jefes no parecen tener
la menor vocación por guerrear, y hasta hay un capitán más preocupado en llevarse
un velero descubierto en un depósito que en la vida de su gente. Muy probablemente, el guión debe la
presencia de todas estas irreverencias al malestar que el pueblo norteamericano
sentía en aquel 1970 con la marcha de la guerra en Vietnam: no es frecuente que la lucha contra el nazismo se presente con estos sobretonos tan cínicos. (En ese punto, "El botín..." guarda una inesperada semejanza con "Perdido por perdido").
El filme es increíblemente
entretenido, pochoclero a más no poder, bien actuado
y bien filmado. Alguna vez soñé con una versión argentina: para el papel de Savalas veía muy bien a Pappo; para el de Sutherland, a Horacio Fontova, y
para el de Eastwood… ¿usted qué opina, amigo lector? ¿Qué le hubiera parecido Rodolfo Galimberti?
"Frost / Nixon" es una película de Ron Howard estrenada en 2008, y que cuenta (tomándose unas cuantas libertades, por cierto) la historia del célebre reportaje que el animador inglés David Frost (Michael Sheen) realizara en 1977 a Richard Nixon (un extraordinario Frank Langella). El filme presenta la entrevista como un duelo del que sólo uno de los dos puede salir de pie: Frost, porque espera tomarse revancha de un ambiente televisivo norteamericano que lo considera un entrevistador incapaz de ir más allá de reportajes pasatistas a estrellitas de segundo nivel; Nixon, porque la entrevista le permite intentar un principio de regreso a la política, de la que ha salido, tras Watergate, por la puerta de atrás, convertido en la personificación de la inmoralidad y del abuso de poder. Acompañan a Frost tres periodistas, encargados de apoyarlo en la difícil tarea de trascender sus reflejos de entrevistador liviano: el politizado Sam Rockwell (James Reston Jr.), Oliver Platt (Bob Zelnick) y su amigo y productor histórico Matthew Macfadyen (John Birt). Por su parte, el duro ex marine Jack
Brennan (Kevin Bacon) será el apoyo de Nixon en su intento de volver sin la frente marchita.
El guión del filme proviene del de una obra teatral, algo que es perceptible en la concentración del peso dramático de la película en escenas a puro diálogo. Inesperadamente para mí, la película sobrelleva perfectamente su carácter de teatro filmado, en parte por la estupenda actuación de Langella, en parte por los grandes problemas que tuvo que superar Frost para poder realizar la entrevista, en parte por la manera en que el duelo de a dos es matizado por los duelos derivados entre Frost y sus disconformes asesores y Nixon y su propio equipo, en parte por lo complejo de la personalidad del ex presidente. Nixon fue, sin dudas, un carnicero (que lo digan los millones de camboyanos, vietnamistas y chilenos que murieron por sus acciones) y un mentiroso patológico (en suma, un verdadero canalla) pero también era un político brillante, sumamente exitoso en política exterior (recuérdense su acercamiento a la China de Mao y la distensión que propició en las relaciones con la Unión Soviética de Brezhnev). El filme subraya, interesantemente, un aspecto de Nixon que no siempre es tenido en cuenta: sus motivaciones. Nixon era un hombre resentido, un duro californiano que se moldeó a sí mismo en contraposición a los políticos de origen acomodado de la Costa Este (como su némesis en la elección de 1960, John Kennedy) que siempre lo miraron por encima del hombro, y que nunca logró ser aceptado del todo en ese ámbito.
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