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* * * * * * * * * CINE BRAILLE * * * * * * * * *
* * * * * Tres o cuatro mamarrachos con los que yo estoy mejor * * * * *

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* * * * * * * * * * * * PERO ¿QUIÉNES SOMOS LOS QUE HACEMOS CINE BRAILLE? * * * * * * * * * * * *
PENSAMIENTOS DEMOLIDOS: AHORA SON MAINSTREAM

Terraplanismo, oposición a la vacunación masiva, conspiracionismo border, negación de la existencia de la pandemia, el 5G como causa de la pandemia que no existe, infectadura, el virus chino, el dióxido de cloro, los siete positivos (?) de River en el control antidóping de la Copa Libertadores 2018, liberotarianismo... "La gente no quiere hechos, quiere creer", grita Eddie Mannix, el personaje de Josh Brolin en Hail, Caesar! de los hermanos Coen. ¿Quién quiere meros hechos? “¿Qué consuelo le han traído los hechos?” le dice la (ya ex) Hermana Alice al (ya abogado del foro angelino) Perry Mason en los últimos minutos de la primera temporada de la serie epónima.

Si me preguntás qué atractivo tienen las creencias idiotas que cunden en estos días, te respondería con el sugestivo video de la canción Tomorrow belongs to me de la película Cabaret: el nazismo surgiendo como una poderosa y festiva camaradería que promete un futuro digno de tus sueños, tan atractiva en un mundo en el que homo homini lupus. El mundo que recuerda tanto a la Naturaleza en su crueldad mas no en su inocencia, esa Naturaleza que es un gran restaurante, diría el Indio Solari. (Un restaurante en el que, me temo que debo recordarte, no sos el comensal agasajado sino uno más de los platos, y para peor ni siquiera el principal). El sinsentido del Universo indiferente que nos describe la ciencia moderna, esa historia de terror para personas razonables como la llama Alejandro Dolina. Sí, esa camaradería basada en ideas delirantes y que permitiría derrotar a la adversidad y a la angustia connatural a la existencia es un buzón descomunal entonces y ahora, claro, pero hay tantas ganas de creer... ¿Qué datos podrían detener las marchas de La Spotorno? Ni la muerte del  boludo que le dio involuntariamente su nombre, evidentemente. ¿Qué tonterías, qué monstruosidades no es capaz de cometer una persona solamente por no perder su lugar en ese grupo de pertenencia que le da sentido a su vida? La Historia nos dice que es capaz de todo.

En una época más normal, estas marchas absurdas contra las medidas tomadas contra la pandemia hubieran sido el Woodstock del piantavotismo. Hoy está todo tan loco en el mundo de Bolsonaro y Trump que… quién sabe. Los peores entre los peores hoy lo están llamando "cagón" a Rodríguez Larreta por no adherir a la marcha de La Spotorno contra quién sabe qué y a favor de nadie sabe qué. Si no fuera peligrosa, tanta inviabilidad emocionaría de ternura.

(El PRO hasta buscó una manera de convocar sin decir "convocamos", cosa que sus mejores caras de piedra pudieran decir "no convocamos". Y sus mejores caras de piedra rankean en dureza a nivel materia de una estrella de neutrones).

Ya están entre nosotros las inevitables lecturas de estos disparates, a cargo de esos spin doctors a los que lo poco que todavía sobrevive de la TV argentina da un espacio fenomenal y del todo injustificable. La excelencia en un campo no necesariamente se transmite a los demás, y Jorge Asís y Luis Brandoni me lo recuerdan cada vez que abren la boca para opinar de política. Otros no tenemos excelencia en campo alguno que transmitir, claro, pero por eso mismo: ¿por qué Asís o Brandoni se postulan a la consideración general en campos en los que quedan al mismo nivel que boludos como nosotros? Logrando a veces, incluso, parecer aún más boludos que nosotros.

Se está llorando "dictadura" sin ningún motivo. Imaginate si el gobierno tomara una medida enérgica contra estos seres nefastos que organizan reuniones más o menos multitudinarias, más menos que más, en medio de una pandemia, como se ha hecho en otros países. Nuestro presidente zen, Alberto Fernández, hace bien en no prenderse en la bronca que nos producen estos dementes. Qué suerte que gobierna él y no nosotros, que hace rato que hubiéramos mordido el anzuelo de la provocación, con resultados que probablemente lamentaríamos por mucho tiempo.

Imaginate si se tomara alguna medida contra las propaladoras mediáticas del Comando de la Inmundicia, por caso las que incitan a beber dióxido de cloro (!): imaginate los gritos hipócritas en defensa de una “libertad de prensa” que pisotearon cuando pudieron. No, mejor buscar alternativas. Siempre queda la posibilidad de ayudar a relegar a un personaje televisivo nefasto simplemente no mirándolo. O, si querés un escaloncito más de militancia, no compres los productos que publicita. Pero un boicot exitoso y en toda la regla.... eso ya es algo muy complejo de llevar adelante. En Estados Unidos es más común pero también mucho más sencillo: acá de todo producto o servicio hay, con suerte, cinco marcas y tres dueños detrás. Boicotear a Fibertel tal vez signifique que te quedes sin Internet, boicotear a La Serenísima tal vez signifique que no puedas consumir ni un producto lácteo. Etcétera.

Tampoco pensemos que estos problemas los tenemos solamente nosotros. La idiotez no tiene carta de ciudadanía: es una rémora intrínseca de la especie. En estos días hubo marchas contra las medidas de protección contra la pandemia (!) en España, en Alemania y hasta en Corea del Sur, uno de los países que mejor la combatió. Allá, una iglesia convocó a participar en una marcha opositora, y se dispararon otra vez los contagios. El gobierno surcoreano la demandó por obstaculizar los "esfuerzos contra el virus dando reportes falsos sobre miembros de la iglesia y desaconsejando a sus seguidores que se hicieran pruebas diagnósticas".

El modelo coreano requiere controles estrictos, y como vemos existe la posibilidad de enjuiciar a los irresponsables que invitan a una manifestación. Entonces mucho cuidado sus partidarios locales: no exijan soluciones que después no se atreverán a soportar, y hasta combatirán. (Como si acá esas soluciones fueran posibles, además). Y, para variar, allá la oposición acusa al gobierno de haber ganado las elecciones con un fraude que nadie percibió, fuera de ellos. Otra cosa para notar, por favor: el recurso a no aceptar los resultados de una elección se está haciendo demasiado popular en el mundo. Hay países donde esos reclamos estarán seguramente justificados, como Belarús. Otros donde la acusación era una mentira, como en Bolivia. Otros donde, sin ningún motivo serio, se amenaza con desconocer un resultado futuro: es lo que hace Donald Trump en Estados Unidos. Y otros donde, tampoco con motivos serios, se amagó con hacerlo: Argentina en 2015 y 2019.

Y aquí es donde vuelvo al comienzo de estas líneas: estas movilizaciones que reputamos inexplicables parecer delinear un crescendo, y me permito preguntarme qué va a hacer esta gente el año que viene si, en una de ésas, le va mal en las elecciones legislativas. O en las hoy remotas elecciones presidenciales de 2023.

No estaría mal tomar nota de lo que sucedió en Bolivia el año pasado.

 

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