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DAVID LEBÓN EN EL MOVISTAR ARENA
El cerebro de Pescado Rabioso es Spinetta y el de Serú Girán es Charly García, pero esas dos bandas colosales son imposibles sin David Lebón. Un gran cantante, un guitarrista extraordinario, un multiinstrumentista completo, un compositor de canciones sencillas de efectividad arrasadora como Parado en medio de la vida, Hola dulce viento (Mañana o pasado), Casas de arañas, Cuánto tiempo más llevará, Tema de los devotos, Dos edificios dorados, María Navidad, Oye Dios qué me has dado, Contigo qué pasa, Sin vos voy a estallar... La carrera solista de Lebón fue perdiendo impulso a medida que esas grandes bandas quedaban lejos: el efecto de la flecha del tiempo sobre las partes de antiguos todos que eran frutos de la sinergia. Pero a veces el incansable hilo sutil de arena numerosa trae una sorpresa, y algunas de esas veces incluso es agradable y hasta justa, y allí lo tenemos al querido y viejo David disfrutando del reconocimiento general y tal vez de una nueva juventud.
Porque David Lebón viene de ganar hace pocos días varios Premios Gardel, gracias a un precioso disco de duetos lleno de canciones queribles, que en su mayoría tienen cuarenta años o más. Admito dejarme arrastrar por la tentación, admito la probable injusticia, de señalar que el rock argentino premiado por la industria musical hoy es un rock de jóvenes de ayer que empilchan bien y usan... dentaduras postizas. ¿Quizás pretenden el poder? Por lo pronto, el Presidente de la Nación es fan de Litto Nebbia y grabó unas guitarras con los Súper Ratones. Dicen que el año que viene es el número de apertura del Cosquín Rock.
Pero el pase al streaming que me regalaron anuncia a David Lebón y no a Alberto Fernández. Que ya tiene suficiente con sus propios encuentros con el Diablo y sus noches de perros. Qué te pasa, Argentina ¿es que la guita te sobra?
A eso de las 22 horas del sábado 26 de setiembre en el Movistar Arena, que ahora es una corriente de bits que fluye por fibra óptica y se reconfigura en una pantalla LED, ubicada en una habitación de un departamento del Barrio San José de Mar del Plata, se presenta David Lebón y su banda frente a un público integrado por un hombre de mediana edad, que alguna vez compró en ¡casete! Nayla o El tiempo es veloz, y que se sirve una copa de vino y se sienta en su mejor sillón: quiero decir que en este año de pandemia el rock en vivo es vía streaming o no es. Probablemente no es, pero eso no le quita el sueño a ese hombre de mediana edad que, por haber sido niño y adolescente en una ciudad chica a la que raramente visitaba rockero alguno tuvo que acostumbrarse a que el rock fuera un disco, una emisión radial o una presentación en el programa sabatino de Juan Alberto Badía. Un culo gordo en un sillón mullido es una gran definición de ser un burgués, el rock no es o al menos no debería ser un consumo burgués, sos un tipo de mediana edad y nada de eso importa ya ¿podés disfrutar tranquilo de un ciclo de lindas canciones? ¿Para qué complicarla? ¿Por la cultura rock? ¿Disco es cultura? ¿Disco sirve? "Vive sólo hoy", nos gritó el Dios del Génesis hace unos miles de años ¿o cuarenta y nueve, Ricado Soulé? En todo caso es así. Vives sólo hoy. Vives solo, hoy. El alma en Fase Uno. La Fase Uno es un estado del alma.
En algún retorcido sentido, es una suerte que la pandemia de 2020 nos haya encontrado con nuestros ídolos de hace treinta años muertos o envejecidos: andá a saber las barbaridades que en esta situación hubieran dicho o hecho los Pappo, García o Calamaro de otras épocas. ¡Andá a hisopar a una estrella de rock en una de sus noches de Babilonia! (Nunca le agradeceremos lo suficiente a Capusotto, a Saborido y a Pomelo habernos dejando en claro lo en bolas que estaba el rey). Pero, bueno.
Este formato de presentación sin público llevado a cada casa por vía digital tiene un problema, que es que al comienzo siempre da la sensación de ensayo, hasta para los músicos, que por si fuera poco tocan dispuestos en círculo. Pasó en este espectáculo con las dos primera canciones, No seas dura y Tiempo sin sueños, dos puntos altos del álbum El tiempo es veloz, que fueron despachadas como en plan calentamiento precompetitivo. Me invade una sensación de que ya vi esto, y entonces me acuerdo de aquel programa especial de Serú Girán por Canal 11 de Buenos Aires en 1980, sin público, que fue un poco así, salvando las distancias de que aquel fue emitido por TV de aire y en blanco y negro. Así era el streaming de 1980 (?).
Por suerte la banda se termina de asentar con el groove ominoso de Bonzo, que sale perfecta. Siguen momentos de encendedo.. perdón smartphones prendidos, en versiones más bien cómodas para la cartera de la dama y el bolsillo del caballero: se suceden El mendigo en el andén, Casas de arañas y Esperando nacer, que tal vez hubieran necesitado un sonido más rockero. Pero el segmento culmina en una gran versión de ese temazo que sigue siendo Noche de perros, de lo mejorcito del espectáculo.
La voz de David hoy tiene momentos mejores y peores, en las que debe ser socorrido, pero la Gibson negra sigue luciéndose en los solos como siempre. La banda se apoya en dos grandes instrumentistas y viejos amigos, el baterista Daniel Colombres y el guitarrista y vocalista Dhani Ferrón, además los dos más activos a la hora de intercambiar chistes malos entre tema y tema. Aportan lo suyo el bajista Roberto Seitz, el guitarrista, tecladista y vocalista Tavo Lozano y el tecladista y vocalista Leandro Bulacio.
Continúan los momentos más pop apto para todo público, o sea los que toleramos porque a David lo queremos: Tu llegada, Nos veremos otra vez, Creo que me suelto, en el que pasa de la guitarra a un Hammond digital y nos recuerda el asombro que causaba hace casi medio siglo que, en su primer disco solista, hubiera tocado todos los instrumentos. (¡Hasta integró Color Humano como baterista y Espíritu como tecladista!). Esta sección culmina con la contagiosa vitalidad de Puedo sentirlo, lo más cerca que estuvo David de un hit durante los bailables mediados de los ochenta, y con No llores por mí reina y ese buenísimo final latino a lo Santana.
Ya promedia la presentación y llegan las baladas sensibles: la maravillosa San Francisco y el lobo, El tiempo es veloz, Mundo agradable. A David se lo ve gordo, con el pelo corto y canoso, toca solos con notas largas y bluseras y toca un tema que siempre me recordó a Comfortably numb: es David... Gilmour.
Despúes de un bienvenido ajuste de sonido, la banda comienza a sonar más cerca de lo que debe sonar una banda de rock para una sucesión de temas muy ganadora, por más que, humildemente, sostengo que eran temas que merecían un tempo un poco más urgente. (En el medio pasó apenas el punk y la New Wave, David). Tras No confíes en tu suerte viene la spinettiana Ana no duerme, con la participación virtual de Mateo Sujatovich y Wos, calcada de los Premios Gardel, Suéltate rock and roll de Polifemo, y un final demoníaco. Porque se suceden Encuentro con el diablo y una involuntaria xenocronía zappiana al momento del solo, y Copado por el diablo, de su álbum debut, elección que es una de las pocas sorpresas de una actuación de espíritu más bien conservador. O tal vez, siendo que es uno de los temas lebonianos preferidos de Charly García y que al presentarlo avisó que lo iría a visitar pronto con una propuesta ¿es un adelanto del volumen dos de Lebón & Co.?
Para lo que, en una presentación de los tiempos anteriores a La Peste, hubieran sido los bises, David eligió más temas de Serú Girán: Cuánto tiempo más llevará y la un tanto obvia Seminare, pero en tono de despedida final. La canción sigue siendo hermosa, pero nosotros tal vez ya la escuchamos demasiadas veces. Y hasta tal vez David sienta que la cantó demasiadas veces. Tiempo, tiempos. El tiempo pasó, la presentación se acabó: pensé que tenía algo más que decir.
El tiempo es veloz.
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