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UNA PROPOSICIÓN

Un día feriado como el de hoy es, para todas las personas que conozco, ocasión de escapadas a la costa o las sierras, de remoloneo matinal en la cama, de cucharita, de asado, de picadito de fútbol, de aprovechar para disminuir un poco la pila de libros sin leer o DVDs sin ver. Nadie que yo conozca se pone a pensar en el futuro de la Patria , o recordar al Libertador José de San Martín, o a compadecerlo porque sus remotos compatriotas reciben el aniversario de su muerte con inocultable alegría. Es por eso que me atrevo a proponer un cambio en la modalidad de los feriados. Si el eventual y acaso inexistente lector ya agotó todas las maneras de matar el tiempo libre que describo en la primera oración de este párrafo y lo acecha la nostálgica tristeza del atardecer de otro feriado dilapidado más, tal vez desee probar leyendo las líneas que siguen.

 

La razón por la que recordamos a los grandes hombres de la Patria en el día de su muerte y no en el de su nacimiento es, como tantas, una herencia católica: los mártires son recordados el día en el que pagaron con su vida su voluntad de dar testimonio de su fe en Cristo, no el ignorado día de su natalicio. De allí que (y más allá de los traslados de feriados a un lunes, modalidad copiada de Estados Unidos) a San Martín se lo recuerde el 17 de agosto y no el 25 de febrero; que el Día de la Bandera sea el 20 de junio y no el 3 del mismo mes (día del nacimiento de Manuel Belgrano) o el mucho más lógico 27 de febrero, el día en que la enseña ondeó por primera vez en lo que ahora es Rosario; que Sarmiento sea honrado por uno de sus mayores méritos y disculpado de sus innumerables errores y horrores el 11 de setiembre y no el 15 de febrero.

 

Nunca me terminó de caer bien esta idea de pasar un día de sano esparcimiento en el aniversario de la muerte de hombres importantes, para peor con la extraña pretensión de honrarlos de esa manera. A ello se sumaron los feriados del 24 de marzo (Día de la Memoria , en conmemoración del sangriento golpe de estado de 1976) y el 2 de abril (aniversario de la aventura bélica de la dictadura de Galtieri en el Atlántico Sur) que me resultan imposibles de aceptar: piensen en lo que puede sentir una Madre de Plaza de Mayo o un veterano de Malvinas cuando ve que en esas jornadas las localidades turísticas están atestadas de gente, paseando con total despreocupación. ¿Haría el lector una fiesta en el aniversario de la muerte de uno de sus padres, saldría lo más despreocupado hacia las Cataratas del Iguazú o Salta en el aniversario de la muerte de un hijo?

 

Es por eso que propongo a nadie (nadie va a leer esto) y sólo por el gusto de escribir estas líneas que:

 

1) se cree una nueva modalidad de día, junto al laborable, al no laborable y al feriado: el Día de Reflexión Nacional, o algo así. Ese día sería laborable en forma normal, sólo que las banderas de los edificios públicos ondearían a media asta y, a las 12 del mediodía, se haría un minuto de silencio en todas las oficinas públicas (y en las privadas que deseen adherir). Serían Días de Reflexión Nacional el 24 de marzo (recordando la más sangrienta de las dictaduras que padecimos), el 14 de junio (fecha de la rendición de las tropas argentinas en la Islas Malvinas en 1982), el 2 de noviembre (Día de los Muertos por la Patria , fecha que ha caído en desuso, para nuestra deshonra) y el aniversario de alguna de las batallas de nuestras cruentas e interminables guerras civiles del siglo XIX, digamos el 3 de febrero (batalla de Caseros en 1852) o el 17 de setiembre (Pavón, 1861). Días en los que no hay nada que festejar y mucho por pensar ¿no?

Podrían agregarse algunos otros días, como los aniversarios de las muertes de San Martín, Belgrano y Sarmiento, o el 11 de octubre (como forma de recordar a las culturas originarias de América), o el 16 de junio (el día del bombardeo de Plaza de Mayo y la quema de las iglesias en 1955, quizá el momento de mayor extravío y mayor división durante el siglo XX, además de directo antecedente del terrorismo de estado de los ‘70), o  el 10 de junio (para reafirmar el compromiso nacional con la recuperación de las Islas Malvinas).

 

2) se reconozcan como feriados sólo las fechas verdaderamente festivas, el 1º. de enero, el 1º. de mayo, el 25 de mayo, el 9 de julio, además del nuevo Día del Libertador el 25 de febrero, el nuevo Día de la Bandera el 27 de febrero, el nuevo Día de la Educación el 8 de julio (aniversario de la sanción de la Ley 1420 de Educación Común en 1884), y los nuevos días de rememoración de Sarmiento (15 de febrero) y Belgrano (3 de junio). De paso se observa que varios feriados caerían en febrero, dándole un empujoncito al mes turísticamente más flojo del verano.

No estaría mal establecer como feriado el día 10 de diciembre, en recuerdo de la recuperación de la democracia en 1983.  

 

3) de los feriados religiosos, se mantengan solamente Semana Santa y Navidad, básicamente por razones de costumbre, y se vuelvan a establecer como feriado los días de carnaval. Como ahora es de práctica, también se respetarán los festejos de las comunidades religiosas no cristianas (musulmanes, judíos).

Y bueno, eso. Es esto, o discutir cómo Pino Solanas huye despavorido de la posibilidad cierta de gobernar la Ciudad Autónoma de Buenos Aires por una quimérica e inútil candidatura presidencial, y el Grupo Clarín lanza la operación de su alianza inenarrable con ¡Elisa Carrió, Patricia Bullrich y Ricardo López Murphy!

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