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XXII COPA DEL MUNDO FIFA QATAR 2022
Entre el 21 de noviembre y el 18 de diciembre de 2022, a la vuelta de la esquina, se celebrará en Qatar (¡en serio, en Qatar!) la edición número 22 del máximo torneo de selecciones internacionales mayores masculinas de fútbol. Treinta y dos equipos participarán: la mayoría para, con un poco de suerte, ver de cerca sobre el verde césped a Messi, Cristiano Ronaldo, Neymar, De Bruyne, Mbappé y demás superestrellas, y un puñado para ganarlo. Empezamos la presentación de los participantes con los primeros clasificados: el local, que juega una Copa del Mundo por primera vez (!) y Alemania, el multicampeón que jugó casi todas. A medida que se agreguen otros equipos los iremos incorporando a estas líneas que combinan fútbol, Historia, hielo y limón.
Clasificados: Qatar, Alemania, Dinamarca, Brasil, Francia, Bélgica, Croacia, España, Serbia, Inglaterra, Suiza, Países Bajos, Argentina, Irán, Corea del Sur, Japón, Arabia Saudita, Ecuador, Uruguay, Canadá, Ghana, Senegal, Portugal, Polonia, Marruecos, Túnez, Camerún, México, Estados Unidos, Gales, Australia, Costa Rica.
Hay desde hace milenios, en la ribera meridional del Golfo Pérsico, tribus de comerciantes y pescadores de perlas que habitaban lo que otros pueblos, que tenían un concepto no muy flexible de la propiedad privada, conocían como Costa de los Piratas. Persas, turcos, portugueses, se alternaron en la tarea de cambiar sobre el terreno esa idea de la propiedad hasta que, en 1916, el Imperio Británico estableció su protectorado sobre esas tribus. ¿Que de quién protegía Su Majestad a esas tribus, preguntan ustedes? ¿Y de qué peligros cubre la protección pagada a la mafia?
El áspero siglo XX cerraba su séptima década cuando la Corona Británica resolvió que ya ni siquiera podía proteger a estos pueblos de sí misma y arregló su independencia, asegurándose antes algunos acuerdos económicos y militares que le aseguraban el derecho de uso de los puertos para la Royal Navy y, lo que es más importante, una porción generosa en el gran negocio que ya entonces enriquecía a esas costas: la explotación de considerables reservas de gas y petróleo. Fue así que nacieron a la vida independiente los Emiratos Árabes Unidos en la costa oriental, Bahrein en la isla del mismo nombre... y Qatar, una pequeña península vecina.
El emirato de Qatar se dio a la tarea de darse las instituciones de todo estado independiente o que al menos posa de tal, como legislación, gobierno, fuerzas armadas, representación diplomática en el exterior... y selección de fútbol. Los comienzos fueron humildes, aún para los estándares de una confederación de equipos de tercer o cuarto nivel como la de Asia, pero así y todo Qatar se dio el gusto de llegar a la final del campeonato mundial sub-20 de Australia en 1981, después de eliminar a nada menos que Brasil e Inglaterra. La derrota 0-4 ante el representativo de la República Federal de Alemania, la Alemania potencia capitalista y futbolística, atemperó cualquier optimismo desmedido que hubiera podido despertarse en Qatar. Tanto así que todo lo que se puede decir de su selección en lo que restó del siglo XX es que fue local en la Copa Mundial de Fútbol sub-20 de 1995, aquella del primer campeonato de los chicos argentinos de José Néstor Pekerman.
Chequeras abultadas y una activa diplomacia secreta, que se hizo oír tanto en los despachos de la presidencia de Francia como en los de la más ignota federación futbolística africana, ganaron para el emirato en 2010 la organización de la Copa del Mundo de 2022. Comprarse la organización de un certamen mundial de fútbol sin la menor historia en el deporte y hasta sin haberlo jugado nunca fue baladí: apenas la primera factura de un considerable expediente de gastos. Porque además hacía falta un cambio de calendario por razones climáticas, pasando la Copa de los tórridos junio y julio a fin de año, para horror de las federaciones y los clubes de Europa que ven así obstruido su tradicional calendario con un supertorneo en el medio. Después hacía falta construir estadios maravillosos con aire acondicionado, sin reparar en la reducción a la servidumbre de mano de obra extranjera y en el gasto adicional en relaciones públicas para hacer soportable esa situación... a los futuros teleespectadores de todo el mundo. ¿Hay que hacerse un nombre ligado al fútbol en el exigente mercado europeo? Se auspicia al Barcelona, o se compra al París Saint Germain, o se monta una cadena deportiva como beIN Sports, del mismo grupo que Al Jazeera. ¿No hay futbolistas de buen nivel? Se nacionalizan extranjeros, tanto que el goleador histórico de Qatar, debutó en primera en Liverpoool... de Montevideo, y nació en Paysandú: Sebastián Soria. ¿Hacen falta partidos con selecciones de mejor nivel para foguear al equipo nacional? Se obtiene la invitación a jugar con las potencias sudamericanas en las Copas América 2019 y 2020, o a hacerlo con las selecciones centroamericanas en la Copa de Oro de la CONCACAF 2021 cuando la celebración de aquella última copa entró en duda por la pandemia.
En 2019 Qatar ganó la primera Copa Asiática de su historia con la conducción del catalán Félix Sánchez Bas. El equipo parece al menos digno: veremos si su desempeño en el torneo mundial se parece más al muy pobre de Sudáfrica en 2010 o al muy bueno de Corea del Sur en 2002. ¿Que los coreanos llegaron a semifinales tras arbitrajes escandalosos en sus partidos decisivos contra Italia y España? ¿Y quién se acuerda de eso, en este mundo de sociedades pantalla en paraísos fiscales, petrodólares y bitcoins?
Al filo del siglo XIX la Revolución Francesa inventó la condición de ciudadano de una república y el fervor nacionalista, dos herramientas imprescindibles si se trataba de crear ejércitos de millones de reclutas para enfrentar a todas las milicias profesionales de Europa unidas. El truco funcionó tan bien, al menos por unos cuantos años, que reclamaba imitadores a gritos, y los alemanes estaban entre los más interesados en apropiárselo. Pero primero tenían que crear Alemania, que entonces era un cambalache de reinos, ducados, principados, ciudades libres, obispados, sociedades de fomento, que sólo tenían en común hablar dialectos del mismo idioma y algunas costumbres compartidas. Crear una Alemania requirió una guerra traicionera contra Francia en 1870-71 y mucha propaganda acerca del sin duda único y todopoderoso carácter alemán, procedimientos extremos que tenían sus bemoles, y que lo digan una guerra perdida contra casi toda Europa en 1914-18 y una crisis subsiguiente, cuya medida la da el que la salida fue por la vía de inventar el nazismo.
En 1938 el canciller Adolf Hitler, a quien no le gustaba el fútbol y se le notaba, fue informado de que en la Copa anterior, en Italia, Alemania había sido eliminada en semifinales por meros eslavos inferiores, los rejuntados checos y eslovacos, y que el mejor equipo ario de Europa no era Alemania sino Austria. Inmediatamente ordenó su unión con el Tercer Reich, el Anschluss, con lo que eliminaba un rival superior, y se apropió de sus mejores jugadores, con lo que asistía a la Copa de Francia como claro favorito. ¡Se le olvidaron los modestos suizos, tan arios como los austríacos y los alemanes, que eliminaron a Alemania en octavos de final! Decidido a vengar la afrenta, Hitler postuló a su país para organizar el campeonato de 1942, obtuvo la mejor parte en el desguace de la terca Checoslovaquia, que propició, y continuó a partir de setiembre de 1939 invadiendo un país tras otro para garantizarse la Copa por inexistencia de naciones rivales. El plan salió tan mal que Alemania misma terminó dividida, y su heredera occidental y capitalista no pudo presentarse a un campeonato mundial sino hasta 1954, en... Suiza, que se había pasado toda la guerra contabilizando ganancias obtenidas por ser neutral. Allí los alemanes del oeste probaron una nueva táctica, el dóping, y fue así que derrotaron en la final a un extraordinario seleccionado húngaro remontando un 0-2.
Semifinalista en 1958 y 1970, cuartofinalista en 1962, subcampeona en 1966, campeona de Europa en 1972: Alemania Occidental, la República Federal de Alemania, la RFA, mantenía una hegemonía clara en Europa, pero se le negaba la coronación mundial. Para eso peleó y obtuvo la organización del ansiado campeonato mundial hitleriano de 1942, que por los problemas ya mencionados se tuvo que celebrar en 1974. En primera ronda se llevó un par de sorpresas: que en su propio grupo le había tocado el representativo de su hermana comunista oriental, la República Democrática Alemana, la RDA, y que no le venía tan mal perder ese duelo germano, porque así esquivaba a los poderosos holandeses y brasileños hasta la final. Los comunistas, en un anuncio de lo que sería la década siguiente, ganaron la batalla de corto plazo que no importaba y perdieron la contienda de largo plazo. Lo mismo le pasó a los locales en la final, porque derrotaron a los geniales holandeses de Johann Cruyff pero perdieron la batalla de la Historia: es la única Copa del Mundo de la que se recuerda más al que perdió que al que ganó.
La RDA no volvió a jugar nunca más un campeonato mundial de mayores, la RFA no se perdió ni uno. Tras una participación opaca para sus estándares en 1978, apenas sexta, ganó otra Copa de Europa en 1980 y perdió dos finales mundiales consecutivas, en 1982 ante Italia y en 1986 ante Argentina. En 1990 vengó todas las afrentas juntas: la RDA se disolvió y se integró en la RFA, y obtuvo su tercera Copa del Mundo... en Italia, y tras eliminar a los holandeses en octavos de final, a los ingleses en la semifinal y ganarle la final a Argentina. Debe haber pocas cosas mejores que haber sido alemán en aquel inolvidable verano de 1990.
Pese a volver a tomarse revancha de la derrota ante los ingleses de 1966 ganando la Copa de Europa en Inglaterra en 1996, los años que siguieron fueron mediocres para una potencia: aunque eran los tiempos en que Jorge Valdano decía que "el fútbol es un deporte de once contra once en el que siempre gana Alemania", los teutones no pudieron pasar cuartos de final ni en 1994 ni en 1998, y obtuvieron un afortunadísimo subcampeonato en Japón y Corea del Sur en 2002. En la refundación del fútbol alemán sobre una base de técnica más depurada, agregada a las tradicionales virtudes de orden táctico y carácter indoblegable, hay un primer escalón en la Copa que organizó en 2006, donde perdió en semifinales con su némesis italiana, y un segundo en 2010, donde volvió a perder en la misma instancia, esta vez ante los españoles, que en el transcurso de esa década habían aprendido a jugar al fútbol, tanto que ya empezaban a creerse que lo habían inventado. En 2014 en Brasil llegó la ansiada cuarta consagración, jerarquizada por una seguidilla gloriosa de victorias en partidos de eliminación directa: 2-1 a Francia, inolvidable 7-1 a Brasil y 1-0 a la Argentina de Messi en tiempo suplementario. Hubo un nuevo triunfo en la Copa de las Confederaciones de 2017, pero la generación gloriosa que llegó a la cumbre en 2014 estaba agotada: regulares Copas de Europa en 2016 y 2021, malas Ligas Europeas de Naciones en 2018-19 y 2020-21 y un pa-pe-lón en la Copa del Mundo de Rusia en 2018 requerían un cambio, y fue así que Joachim Löw dejó su lugar como entrenador al exitosísimo Hans-Dieter Flick, que redondeó una clasificación tranquila en un grupo sencillo.
Un detalle inquietante: las mediocres actuaciones posteriores a 2014 hacen que, hoy, Alemania no sea cabeza de serie en la Copa. Puede que esto cambie de acá a noviembre de 2022, pero no deja de ser un detalle inquientate para las potencias: ¡a ver si te toca Alemania en el grupo de primera ronda!
En bárbaras tierras septentrionales moraban tribus que, cuando las carnes y leches de sus ganados y las redes de sus barcos pesqueros no bastaban para alimentar a sus hijos, se amigaban con bienes ajenos en costas entonces remotas, como las de las Islas Británicas o Normandía. Pronto encontraron muy lucrativo este concepto tan flexible de la propiedad privada ajena, y extendieron sus campañas hasta tan lejos como el norte de África o las interminables llanuras a la vera de los ríos en que las ideas de Europa y Asia son menos útiles que la de Eurasia. Vikings llamaban a esas tribus, que con la adquisición de una fortuna y la adopción del cristianismo, en ese orden, se volvieron respetables a los ojos del resto de Europa y aún de los pueblos civilizados de entonces, como el árabe. Esos pueblos nórdicos se unían en un reino o reinos y se volvían a separar cada tanto, y a comienzos del siglo XX el más pequeño de ellos, pero no el menos próspero, era el de Dinamarca.
Fuera de los inventores británicos, los dinamarqueses eran muy probablemente los mejores futbolistas de Europa al alborear el siglo XX: las medallas de plata en los Juegos de Londres de 1908 y en los de Estocolmo de 1912 son una buena prueba de esa afirmación. Pero Dinamarca persistió en el amateurismo mucho más que otros países europeos y, si bien repitió podios olímpicos en 1948 y 1960 y hasta fue semifinalista en la Copa de Europa de 1964, no lograba nunca llegar a una Copa del Mundo. Tuvo que esperar hasta la tardía adopción del profesionalismo ¡en la década del setenta! para robustecer su fútbol, y fue así que dio su primer golpe eliminando a Inglaterra en Wembley para clasificar a la ronda final de la Eurocopa de 1984, donde perdió en semifinales con España por tiros desde el punto del penal. Clasificó al Mundial de México de 1986, donde tuvo una ronda inicial soñada, humillando 6-1 a una selección uruguaya llena de estrellas y derrotando fácilmente nada menos que a Alemania Occidental, para caer estrepitosa y sorpresivamente ante la España de Butragueño en octavos de final.
El cierre de los años ochenta fue opaco, pero los noventa trajeron una inesperada victoria en la Eurocopa de Suecia de 1992, gracias a la plaza que a último momento les cedieron los yugoslavos, que se autoeliminaron de la ronda final al decidir que les apasionaba más masacrarse los unos a los otros que competir en una mera copa continental. Entonces se alternaron los resultados: Dinamarca no clasificó para el Mundial de 1994 pero ganó la Copa de las Confederaciones en 1995 ante la pelicorta Argentina del Kaiser Passarella, e hizo un buen papel en la Copa del Mundo de 1998 pero no en la de 2002. A partir de entonces las que se alternaron fueron las malas actuaciones: quedó afuera de la Copa Mundial de 2006, tuvo una mala Copa 2010, no clasificó a la de 2014, quedó afuera de la de 2018 por penales ante Croacia. A Qatar llegó tras sortear a las risas un grupo en el que la principal amenaza eran selecciones de tercer orden como Escocia o Israel. El ránking FIFA de los últimos meses le garantiza el segundo bombo en el sorteo y ser el principal rival de un cabeza de serie: esperemos al 2022 para ver si Dinamarca será un alivio o una preocupación para sus rivales.
Hacia 1500 los portugueses ya sabían que, si se desviaban al occidente en su travesía del Océano Atlántico hacia el sur de África, se toparían con una tierra paradisíaca, que sólo aguardaba a que una potencia colonial la hiciera suya para sembrar el sueño de un futuro esplendoroso. Sólo hacía falta masacrar a sus habitantes nativos para pacificarla e importar millones de esclavos del otro lado del mar para talar sus selvas, y cultivar café y caña de azúcar, criar vacas o extraer oro. Durante trescientos años se dieron a ese desafío titánico, hasta que sus hijos criollos se sintieron llamados a desplazarlos, obedeciendo a su sueño de un futuro de esplendor. Así surgió un Imperio en Brasil, y luego una república oligárquica, y luego un Estado Novo, y después una dictadura militar interminable, y una democracia de masas, y hasta una democracia con capacidades diferentes como la de hoy. En el futuro de Brasil hay un destino de esplendor, como siempre lo hubo y y siempre lo habrá. En el futuro.
Brasil, el Scratch, la única selección que no se perdió una sola Copa del Mundo, ya había sido campeón sudamericano dos veces durante los años 1920. Sus dos primeros campeonatos mundiales fueron bastante insatisfactorios, pero para 1938 ya tenía tan buen equipo como para sobrar la semifinal con Italia y perderla. Para la Copa de 1942 quería la revancha y se propuso organizarla, pero se interpuso una discusión por las líneas de cal entre Alemania y Polonia que tardó años en ser saldada, con el resultado de que recién se pudo disputar en 1950. Se repitió la historia de 1938, sólo que mucho peor, porque esta vez fue en casa, ante el módico Uruguay y cuando bastaba con el empate para consagrarse: el imborrable Maracanazo. En 1954 tampoco bastó otro muy buen equipo, porque en el camino se cruzó la genial orquesta danubiana de los húngaros de Puskas, Kocsis y Boszik, pero para 1958 Brasil ya pudo alinear a unos tales Pelé, Garrincha, Didí, Vavá y los hermanos Santos, y se sucedieron los desfiles de Suecia y de Chile en 1962. Para 1966 ya no alcanzó, porque el tiempo pasa hasta para los grandes artistas de aquella selección mágica, pero en México en 1970 a un Pelé ya maduro se le sumaron Tostão, Jairzinho, Gérson, Clodoaldo, Rivelino y Carlos Alberto para la actuación más inolvidable de todos los tiempos de una selección en un Campeonato Mundial.
Tanta esplendorosa desmesura requería un sacrificio a los dioses que rigen los destinos de los meros humanos, y fue así que se sucedieron dos largas décadas sin repetir los éxitos de 1958, 1962 y 1970, ni aún con campañas invictas como la de 1978 o maravillosas selecciones como la de 1982. Le tocó cambiar el paso a un equipo como el de 1994, inferior a varios de sus predecesores… pero que tenía a Romário. Un Scratch aún mejor, con Ronaldo y Roberto Carlos, llegó a las risas a la final de la Copa siguiente, para perderla con el local Francia, pero se vengó ganando la edición de 2002 en Extremo Oriente. Triunfos en serie en Copas de las Confederaciones y Copas América tal vez abonaron en demasía la confianza de los brasileños, que empezaron a coleccionar decepciones en encuentros definitorios en los que eran favoritos: otra vez contra los franceses en 2006, contra los holandeses en 2010, contra los alemanes ¡en casa! en 2014 y por un catastrófico ¡1-7!, contra los belgas en 2018 y hasta contra la ¡Scaloneta! de 2021, que les birló una Copa América en una final en el mismísimo Maracaná. Veremos qué pasa en 2022, con Neymar como bandera, después de arrasar en las eliminatorias sudamericanas.
Pasan los galos, pasan los romanos, pasan los hunos, pasan los visigodos, pasan los francos, pasan los normandos, pasan los sarracenos, pasan los ingleses: quedan los franceses. El reino que se dieron eclipsó a las ricas ciudades de Italia y a su vecina España y luego se pasó un siglo pulseando por la supremacía mundial con esos grandes hijos de Su Majestad que son los británicos, un desafío para el que hasta probaron con una revolución, una degollina de notables y un imperio creado por un petiso apenas francés nacido en Córcega, y terminaron perdiendo en 1815. En el camino de ser al menos el principal desafiante se pasaron un siglo y medio perdiendo con los alemanes, que eran producto de un exitoso rebranding llevado a cabo por los prusianos en 1871, hasta que a mitad del siglo XX se dieron cuenta de que Alemania Occidental y Francia eran las dos mitades del viejo imperio de Carlomagno y se llamaron a la tarea de reconstruirlo, bajo el nombre de Unión Europea. El proyecto funciona muy bien: los alemanes le avisan antes que a nadie a los franceses que tomaron una decisión, conceden algún detalle menor, y entonces la anuncian como producto del consenso de todos los europeos. La Grandeur, como le llaman en Francia.
Los galos jugaron el primer partido de la historia de los certámenes Mundiales, en Montevideo, ganándole 4-1 a México, y eso es lo más destacado que cabe decir de sus tres primeras participaciones en Copas del Mundo, incluyendo una organizada en suelo en 1938. Pasó la Copa en su vecina Suiza en 1954 sin pena ni gloria, pero en 1958 una gran selección, liderada por Kopa y Fontaine hizo una gran campaña en Suecia: perdió una semifinal tremenda con el Brasil de Pelé y Garrincha y luego le ganó por fin a algo a los alemanes del oeste... sólo que el partido que nadie quiere jugar, el del tercer puesto. Pero fue apenas la temporada buena de una sucesión de malas cosechas mundialistas: de las siguientes cuatro Copas del Mundo no clasificó a tres, y en la que participó, Inglaterra 1966, mejor no hubiera ido.
La primera gran época de la selección francesa comienza a mediados de los años 1970 tras una eliminación en primera ronda en el Mundial de Argentina, aunque dejando buena impresión y mostrando jugadorazos como Platini, Six, Rocheteau, Tresor o Bossis. Los años 1980 trajeron victorias en una Copa de Europa organizada en casa y en los Juegos Olímpicos en el mismo año, 1984, pero la consagración mundial se frustró dos veces seguidas en semifinales frente a... los alemanes del oeste, en una de ellas, la de España 1982, por penales y tras estar dos goles arriba frente a un equipo liderado por un jugador en una pierna, Rummenigge. Dolió aún más en retrospectiva porque los años noventa empezaron con dos campeonatos vistos por TV, los de Italia 1990 y Estados Unidos 1994, frustrando el sueño mundialista de un grande como Eric Cantona. La edición de 1998 era en casa, el líder futbolístico era Zinedine Zidane: nada podía salir mal y no salió, tanto que al primer campeonato mundial para la Federación Francesa de Fútbol le sucedieron nuevas victorias en la Copa de Europa de 2000 y las Copas de las Confederaciones de 2001 y 2003. Al feo y casi inexplicable tropiezo de 2002 le siguió un subcampeonato en Alemania 2006 tras perder por penales la final con Italia, pero luego vino otro papelón en Sudáfrica 2010. La Copa de 2014 mostró a un muy buen equipo joven al que le faltaba rodaje, lo que se probó en Rusia en 2018, con un nuevo campeonato coronando a cracks como Mbappé, Griezmann, Pogba, Kanté o Pavard. El equipo que jugará en Qatar, después de pasar con facilidad las eliminatorias, es más o menos el mismo del campeonato pero ¡con además Karim Benzema!: los suplentes de Francia tranquilamente podrían salir campeones como Francia B.
La Europa latina y la Europa germánica. La Europa cristiana que sigue al Papa de Roma y la Europa cristiana que lo detesta. Traducir a la ilusoria precisión de los mapas esas coordenadas hijas del oscuro delirio de los siglos es un desafío diabólico, tanto que desde 1830 la cartografía de Europa persiste en presentar una confesión de ese fracaso, que se llama Bélgica. Los belgas del sur, los valones, hablan francés, un idioma latino, mientras que los belgas del norte, los flamencos, hablan un idioma germánico, el nerlandés, el mismo que los holandeses. Los flamencos hablarán como ellos pero son católicos igual que los valones, no como sus vecinos septentrionales que se les ríen por "papistas". Resolver esa confusión que lleva dos siglos distrajo tanto a los belgas que en su transcurso fueron esclavizados dos veces por sus vecinos alemanes, tragedias que los congoleños hubieran querido condenar vivamente de no haber estado tan ocupados en librarse del genocidio desatado por sus amos coloniales. Que, fíjese usted, eran los belgas.
Bélgica fue campeón olímpico en su Amberes en 1920, un antecedente relevante porque esos Juegos eran lo más parecido a un Mundial antes de los Mundiales. Fue parte de las tres primeras Copas del Mundo sin destacarse, y en las posteriores no clasificaba nunca o tenía participaciones aisladas decepcionantes, como las de Suiza 1954 y México 1970. Ese destino empieza a cambiar a fines de los años 1970: tras un excelente subcampeonato en la Copa de Europa de 1980 en Italia, Bélgica se hace participante habitual de los certámenes ecuménicos, con destaques como el cuarto puesto de 1986, bien que tras verse favorecida con uno de los arbitrajes más escandalosos de la historia en el partido de octavos de final ante los brillantes ucranianos del Dinamo de Kiev alineados como representación de la Unión Soviética. La mano que se le extendió entonces le fue cobrada en 2002, con un par de fallos que la quitaron del camino de Brasil en el partido de octavos de final. Allí se terminó una época: hoy parece mentira, pero Bélgica no clasificó a los Mundiales de 2006 y 2010. Tuvo que esperar a la reconstrucción de la década pasada para alinear un excelente equipo en la Copa de Brasil de 2014, que alcanzó su mejor forma cuatro años después, eliminando a Brasil en cuartos de final, perdiendo ajustadamente con el futuro campeón Francia en semifinales y derrotando a Inglaterra en el partido por el tercer puesto. Con De Bruyne, Lukaku, los Hazard, Courtois, Origi, es difícil no considerar a los belgas entre los favoritos a, por lo menos, hacer un gran papel en Qatar 2022.
A comienzos del siglo XX, los pueblos de hablas eslavas del oeste de los Balcanes se autopercibieron hermanos separados, víctimas por centurias de los poderosos de turno de Roma, Constantinopla, Venecia, Viena o San Petersburgo. Hizo falta una sangrienta guerra general europea para que tuvieran la oportunidad de unirse en una sola nación, Yugoslavia... para entonces empezar a autopercibirse muy diferentes a sus hermanos separados por centurias, y añorar a sus viejos señores de Roma, Constantinopla, Venecia, Viena o San Petersburgo. Hizo falta una sangrienta guerra general yugoslava para que cada pueblo del oeste de los Balcanes tuviera al fin su propio estado nacional o poco menos, a veces siendo minoría dentro de sus propias fronteras como los bosnios de Bosnia Hercegovina, a veces casi sin poder creerlo, como los kosovares, que siempre se consideraron albaneses. Todos ellos sin excepción, eso sí, hoy buscan el demorado progreso económico y la esquiva estabilidad política... de la mano de los poderosos de turno de Washington, Bruselas o Berlín. Croacia es uno de ellos.
Los futbolistas croatas fueron parte fundamental de las selecciones yugoslavas hasta 1991, selecciones que, hay que aclararlo, siempre llegaban a los torneos prometiendo mucho más que lo que lograron, que igual no está tan mal: semifinalistas en las Copas del Mundo de 1930 y 1962, subcampeones de Europa en 1960 y 1968 y un oro olímpico en Roma en 1960. La flamante selección croata no tardó en llegar a una Copa del Mundo y hasta destacarse, como en Francia en 1998, donde los muchachos de Davor Suker y Prosinecki terminaron en un sorprendente tercer puesto. Siguieron torneos no muy lucidos y hasta una ausencia en Sudáfrica 2010, pero en 2018 la generación de Rakitić, Luka Modrić, Perišić, Brozović y Mario Mandžukić llegó a la final en Moscú, perdiendo ante los franceses en un muy entretenido partido. A Qatar 2022 va con buenas expectativas: veremos si su tradicional irregularidad no le pasa factura.
Los fenicios que llegaron por primera vez a la península más occidental de Europa encontraron pueblos íberos que se hacían la guerra unos a otros. Posteriores invasores griegos, celtas, cartagineses, romanos y visigodos se aprovecharon de esas divisiones para establecerse primero y para integrarse a ese batibarullo después, hasta que en 711 llegaron los árabes a traer orden, paz, prosperidad, ciencia y cultura con su esclarecido gobierno. Sin embargo algunos pueblos de provincias prefirieron mantener sus viejas tradiciones, armando y rompiendo y volviendo a armar y romper laboriosas coaliciones hasta que, a comienzos del siglo XVI, quedó en pie en la mayor parte de la península ibérica un solo reino, España, que entonces tuvo que buscarse dónde cultivar sus venerables costumbres en las tierras inexploradas de más allá del mar occidental o en los campos de batalla de Italia, Alemania o Flandes.
Por un buen tiempo los reyes de España pudieron hacer bailar la jota a su voluntad a los pueblos de dos continentes, pero para el siglo XIX se habían perdido todos los territorios de ultramar donde sostener vivas las tradiciones nacionales, y entonces los españoles tuvieron que volver a pelearse unos con otros. Dos declarados pacifistas y demócratas como Hitler y Mussolini ayudaron a un movimiento afín a declararse vencedor en la ahora sí última guerra civil, la que acabó en 1939. Unos cuarenta años después, los potentados de Washington, Bonn, París y Roma ayudaron a que los españoles pudieran salir de esa solución y darse una sociedad lo suficientemente pacífica y ordenada como para poder invadirles con tranquilidad sus playas, restaurantes y discotecas.
España era una potencia futbolística europea en los años 1920, como lo demuestran la medalla de plata en los Juegos de Amberes y el haber sido la primera selección no británica en vencer a los arrogantes ingleses creadores del deporte. Hizo un buen papel en la Copa del Mundo de Italia 1934, donde fue eliminada por el local en forma escandalosa en cuartos de final, y hubiera sido animadora en la de 1938 de no estar ocupada en otras batallas: literalmente otras batallas. Terminó cuarta en la Copa de 1950 en Brasil después de eliminar a los ingleses en primera ronda, hazaña que no escapó a los ases de la propaganda del régimen, que se las ingeniaron para fortalecer las filas de la selección con cracks extranjeros como el argentino Di Stéfano o el magiar Puskas, buscando una victoria nacional, que, salvo por la Copa de Europa de 1964, siempre se negó. Increíbles eliminaciones en ronda clasificatoria en 1954 y 1958, flojos torneos en 1962 y 1966, nuevas eliminaciones en 1970 y 1974, malas actuaciones en 1978 y 1982: parecía que el éxito futbolístico sólo le sonreía a los clubes españoles, no a su selección. Cierta mejoría en las copas posteriores, donde al menos el equipo nacional fue competitivo, abrieron el camino a la revolución de la primera década del siglo XXI, donde por fin el fútbol español estuvo a la altura de sus ambiciones. Los brillantes éxitos de la Copa de Europa de 2008, la Copa del Mundo de 2010 y la Copa de Europa de 2012 convencieron a buena parte del periodismo y la afición de que España era la inventora del fútbol: el fracaso de Brasil 2014 y el opaco Mundial 2018 aplacaron un poco esos excesos. España va a Qatar 2022 confiada en sus fuerzas.
El nacionalismo romántico del siglo XIX tenía a todos los pueblos inventándose pasados gloriosos y sueños de unidad y grandeza, y los eslavos del oeste de los Balcanes abrazaron uno que pretendía su unión. Claro que para ello había que hacer trizas el equilibrio geopolítico de toda Europa, desestabilizando al Imperio Austrohúngaro e inquietando a todos los vecinos. Nada arredró a los serbios, ni el recurso al asesinato del heredero al trono imperial, ni desatar una guerra terrible, ni pasarse décadas tratando a sus hermanos eslavos del oeste de los Balcanes de una manera que los hizo extrañar sus días de súbditos austrohúngaros. A partir de 1941 los yugoslavos probaron con masacrarse unos a otros, método al que acudieron de nuevo medio siglo después, cuando se agotó un experimento comunista que resplandece por mero contraste. De las esquirlas de esos desastres surgió una nueva Serbia en 2006. Nadie sabe qué pasará en las próximas décadas, con estos violentos aires ultraderechistas que soplan no sólo en los Balcanes.
Yugoslavia siempre fue una selección respetable, tal vez con más prestigio que resultados concretos, como ya vimos en la entrada referida a Croacia. Podría haber hecho un gran papel en la Copa de Europa de 1992 o hasta en la Copa del Mundo de 1994 de no ser porque el país estaba lanzado a la guerra civil y el genocidio, y cuando volvió a los campeonatos mundiales en 1998, ya era un combinado residual de serbios, montenegrinos y kosovares, que así y todo llegó a octavos de final. Una nueva guerra al año siguiente terminó con Kosovo como protectorado informal de la Alianza Atlántica, y para la Copa de 2006 Yugoslavia ya era Serbia y Montenegro, o más bien Serbia sin Montenegro, porque cuatro días antes de la inauguración del torneo, el pequeño estado adriático se declaró independiente. En 2010 lo que quedaba de dos décadas de secesiones participó en la Copa Mundial de 2010 como Serbia, derrotando nada menos que a Alemania en la fase de grupos pero siendo incapaz de clasificarse a octavos de final. Quedó afuera de la ronda final de la Copa de 2014 y no pasó la primera ronda en 2018; el tremendo batacazo de llegar a Qatar 2022 superando a Portugal en Lisboa hace que los serbios sueñen con algo más que meramente participar.
Chacareros de lo que hoy es Dinamarca y Alemania cruzaron el Mar del Norte para establecerse en tierras abandonadas por los romanos cuando ya no podían ni defender Roma, y les fue lo suficientemente bien como para que predicadores irlandeses y saqueadores noruegos los visitasen repetidamente. Un descendiente francés de esos saqueadores se hizo rey de Inglaterra, un rey de Inglaterra separó a su país de la obediencia a la Iglesia de Roma cuando se le recordó que no se podía casar y volver a casar a voluntad, una reina de Inglaterra armó escuadras improvisadas de marinos para defenderse de una invasión española, otros reyes de Inglaterra dieron a esos marinos carta blanca para atacar a los enemigos del país y quedarse con su parte. Esos marinos fueron tan exitosos que constituyeron sociedades para comerciar donde fuera necesario y saquear donde fuera posible, del Caribe al Indostán y de África a China. Ni los españoles, ni los neerlandeses, ni los franceses fueron tan buenos en ese nicho como los ingleses, que en el camino sumaron a los escoceses a su aventura, lanzaron al mundo a la revolución industrial y se adueñaron del trono de la India, convirtiéndose en imperio y en los amos del mundo por un siglo largo. En el corazón de este universo creado a golpes de azar están las leyes de la termodinámica y campea la entropía: al dominio universal siempre sigue la decadencia, pero los ingleses se la arreglaron sabiamente para que, entre Beatles, Rolling Stones, David Bowie, Led Zeppelin, Pink Floyd, The Clash, The Smiths, Stone Roses, Pulp, Stephen Frears, James Bond, Doctor Who, Alfred Hitchcock, James Ballard, John Le Carré, Benny Hill, The Avengers, Monty Python, la Academia de Música y Arte Dramático de Londres, la Premier League, esa decadencia pareciera una forma de excelencia. Eso y sembrar el mundo de paraísos fiscales teledirigidos desde la City de Londres en islotes perdidos del Caribe o el Canal de la Mancha: comerciar donde fuera necesario y saquear donde fuera posible.
Debemos a los ingleses la formulación de las reglas del fútbol en el remoto 1863: una década después ya estaban organizando partidos de selecciones nacionales con sus hermanos enemigos escoceses, y antes de que acabara el siglo XIX ya tenían liga profesional. Fáciles victorias en los Juegos de 1908 y 1912 los convencieron de que no había razón para tomar en serio a ningún rival que no fuera británico, más allá de alguna derrota eventual: por eso dolió tanto el descomunal papelón de la Copa Mundial de 1950, la primera a la que asistieron, donde fueron derrotados por España y ¡Estados Unidos! Las tres participaciones posteriores tampoco fueron muy brillantes, así que urgía hacer una demostración de fuerza en 1966, torneo que organizaban: un muy buen equipo que inventó el 4-4-2 y alguna ayuda extra cuando hizo falta, como con Argentina en cuartos de final o con el tristemente célebre gol que nunca existió en la final contra Alemania Occidental, se encargaron de saldar la deuda que Inglaterra tenía con las Copas del Mundo. El mismo equipo alcanzó a tener un papel destacado en la Copa de Europa de 1968 y la Copa del Mundo de 1970, pero enseguida vinieron los desastrosos setentas, con dos eliminaciones consecutivas para los certámenes de 1974 y 1978 en el mismo momento en que sus clubes arrasaban en las competiciones europeas. En 1982 y 1986 se notó una mejora, llegando siempre a cuartos de final, que culminó en el buen cuarto puesto de 1990. Simultáneamente al lanzamiento de la Premier League, el mejor torneo de liga del mundo, llegó otro papelón más, el de la eliminación al torneo mundial de 1994 ¡que además era en Estados Unidos! y una regular Copa de Europa en casa en 1996. A partir de entonces, Inglaterra clasificó y pasó primera ronda siempre hasta el fracaso rotundo de 2014. Una fuerte apuesta por la formación de juveniles empezó a dar sus frutos con la victoria en el campeonato mundial sub19 de 2017 y una muy buena actuación en la Copa de 2018, donde perdió en semifinales con los duros croatas. Al Mundial 2022 llega clasificando cómodamente en un grupo en que estaban los complicados polacos.
Pasaron las eras y los pueblos y los imperios y las invasiones y los montañeses de los Alpes occidentales, acostumbrados a guerrear para defenderse, se hicieron soldados de quien les pagara, y así escribieron su historia en la Edad Moderna de Europa, en la que por cierto nunca les faltó empleo. Espalda con espalda se acostumbraron a ser suizos, por más que unos hablaran un alemán medio raro, otros francés, otros italiano y otros unos dialectos montañeses que sólo entendían tres o cuatro familias en un valle: era más fácil confiar en las ganas de cobrar su paga del guerrero de al lado que hacerse preguntas mutuas. Esa cultura de vender sus servicios a quien mejor pagara los hizo unos banqueros excelsos, una vez sancionada una neutralidad perpetua que convenía hasta a los enemigos más encarnizados. Jerarcas del Tercer Reich y comerciantes judíos fugitivos del nazismo, empresarios norteamericanos y apparatchiks soviéticos, dictadores tercermundistas y líderes de partidos democráticos de Europa, todos encontraron en Suiza una oficina discreta en la que hallar solución a sus problemas, si éstos eran encontrar un refugio seguro para sus dineros. Nunca se hacían preguntas.
La historia futbolística de Suiza puede comenzar con la cita del subcampeonato olímpico de 1924. Llegó a cuartos de final en las Copas Mundiales de 1934 y 1938, hizo un papel digno en las copas de posguerra de 1950 y 1954, esta última en casa, y a partir de ahí los suizos se mostraron más interesados en albergar a la FIFA (y a la parte oscura de las fortunas de sus directivos) que en participar de sus torneos. Se sucedieron eliminaciones en las rondas clasificatorias, con las excepciones de los campeonatos de 1962, 1966 y 1994, a los que asistió sólo para recordarle al mundo que había un país al que podía confiar sus dineros no declarados, sin importar su origen. A partir de la Copa del Mundo de 2006 clasificó siempre a la ronda final, subcontratando la representación nacional a un colectivo de inmigrantes africanos, turcos, serbios, croatas, albaneses, kosovares, klingon: es más fácil confiar en las ganas de cobrar su paga del guerrero de al lado que hacerse preguntas mutuas.
Dos milenios de ser un pueblo germánico pero aliado al Imperio Romano, de ser cristianos pero ignorar y hasta denostar al Papa de Roma, de rechazar el cruel imperialismo de España en su tierra pero ejercerlo con mano dura en medio mundo, de ser reconocidos como arios pero detestar al nazismo, de montar un estado de bienestar modelo en Europa pero amparar a los evasores fiscales de sus vecinos europeos, de ser hospitalarios con las minorías sexuales pero hostil con los inmigrantes musulmanes: en 2019 Holanda tomó por fin una decisión, salir del closet. Y pidió que la llamaran por el nombre de Países Bajos.
El fútbol neerlandés contaba con tres bronces olímpicos consecutivos en años en que hasta la vida era en blanco y negro, pero tardó bastante en dejar su huella en las Copas Mundiales. Sus participaciones en las de 1934 y 1938 no merecen mayor comentario, pero a comienzos de los años setenta sorprendieron primero a Europa, con sensacionales equipos como el Ajax y el Feyenoord, y luego al mundo, con una selección inolvidable, la Naranja Mecánica que signó la Copa de 1974 y que es mejor recordada que el campeón Alemania Occidental, un caso único o poco menos. Ese mismo equipo, sin el genial Johann Cruyff y envejecido y todo, estuvo a un palo de ganar el campeonato mundial siguiente en Argentina, para caer en el tiempo suplementario de la final ante los locales. La decadencia continuó hasta el punto de ni clasificarse a los dos torneos siguientes, pero una nueva generación liderada por Gullit, Rijkaard y Van Basten llevó a los naranjas a la obtención de la Copa de Europa de 1988. No pudo repetir el éxito ni en los campeonatos mundiales ni en los certámenes europeos de la década siguiente, llegando a semifinales en las copas continentales de 1992 y 2000 y en la Copa del Mundo de 1998. El fracaso en clasificar al Mundial de 2002 y el flojo papel en el de 2006 despertó las alertas. El equipo de Robben, Van Persie y Sneijder llegó a la final de la Copa Mundial de 2010, en lo que una nueva derrota en un partido decisivo, y su inercia alcanzó como para ser semifinalista en 2014, perdiendo otra vez con los argentinos. La clasificación a la Copa de Qatar 2022 busca borrar el sorpresivo papelón de ni haber podido asistir a Rusia 2018.
A comienzos del siglo XVI le llegó el turno al Cono Sur de América de incorporarse a la economía mundial de la mano de potencias emprendedoras de Europa, como España, en el rol de financista forzado de las luchas entre las potencias emprendedoras de Europa. La oportunidad no generó gran entusiasmo en la población autóctona, ni en la fuerza de trabajo importada de África para suplir la falta de entusiasmo de la población autóctona, y cuando a comienzos del siglo XIX se produjo una vacancia en el trono de España a consecuencia de la enésima lucha entre las potencias emprendedoras de Europa, los habitantes de aquel rincón meridional decidieron que era momento de definir entre ellos la forma de incorporarse a la economía mundial. La discusión de la distribución geográfica y demográfica de los costos y beneficios de esa incorporación llevó unas módicas siete décadas y apenas unos miles de muertos, pero para fines del siglo ese rincón que había pasado a llamarse Argentina estaba plenamente integrado a la economía mundial como exportador agroganadero, importador de bienes industriales y emisor de cuanto título de deuda pudiera emitirse en la City de Londres. La crisis mundial de los años 1930 convirtió en inviable a ese modelo, y en la discusión del nuevo rol del país aparecieron voces nuevas, como las de los dueños de las industrias que comenzaban a surgir y, cosa increíble, habrase visto, las de los trabajadores que hacían producir los viejos campos y las nuevas industrias. Esta discusión fue tan viva que murió mucha gente, y se saldó en los años 1970 con la victoria de los emisores de títulos de deuda que se colocaban entre las potencias emprendedoras del mundo, que a esta altura alineaban fácilmente detrás suyo a exportadores agroganaderos, importadores de bienes industriales y hasta a dueños de las industrias que ya llevaban décadas establecidas. Después de empapelar la Tierra con esos títulos, el país estalló dos veces, en 1989 y 2001. Durante unos años pareció que esa alianza fallida había perdido voz en los debates acerca del rol del país en beneficio de, cosa increíble, habrase visto, los trabajadores que hacían producir los viejos campos y las viejas industrias que todavía quedaban en pie y los nuevos sectores que se habían incorporado a la economía, pero Argentina ya empezaba a mostrar síndrome de abstinencia de los viejos años de timba financiera, y entonces se dio a sí misma una remake de las viejas crisis a partir de 2018, y luego otra de las discusiones que siguen a esas explosiones de papeles de deuda pintados, con final abierto. O más bien ojalá con final abierto.
Una selección argentina de fútbol ya estaba jugando encuentros internacionales con su par uruguaya en 1902, antes que nadie en el mundo salvo los británicos. Ya Sudamérica tuvo su primer torneo de selecciones en Argentina en 1916, otra vez antes que nadie en el mundo salvo los británicos. En 1921 Argentina ganó su primer trofeo continental, y para cuando llegó el momento de la primera Copa del Mundo, en 1930, ya acumulaba tres campeonatos sudamericanos más y una medalla de plata en los Juegos de 1928, tras perder la definición con los inevitables orientales. Lo mismo pasó en la Copa de 1930 en Montevideo, pero ya no en la de 1934, porque Uruguay quiso devolver a los europeos las ausencias masivas de 1930 y no se molestó en asistir. Argentina no pudo aprovechar esa ventaja, porque una división en la federación local dejó al margen del reconocimiento internacional a la agrupación de los clubes más poderosos, y el equipo que fue a Italia se armó con jugadores de segundo o tercer nivel que, así y todo, fueron eliminados por Suecia con mucho esfuerzo.
Argentina reclamó la organización de la Copa de 1938, que por alternancia de continentes le hubiera correspondido a Sudamérica, pero la FIFA optó por Francia, lo que entonces pareció motivo suficiente para ni molestarse en hacer el largo viaje desde el Cono Sur. Se repitió la solicitud para 1942, pero entonces era imposible distraer a los europeos de su vocación de masacrarse nuevamente unos a otros, y Argentina se tuvo que contentar con que algunas de las mejores selecciones nacionales de su historia ganaran apenas todos los certámenes sudamericanos de la década salvo uno, en el que fueron subcampeones… sí, detrás de Uruguay. Además tenía la que seguramente era la mejor liga del mundo, con animadores como La Máquina de River Plate, y el interés por participar en competiciones internacionales desapareció durante largos años, en los que la selección argentina apenas jugó algunos pocos amistosos. Un par de victorias en campeonatos sudamericanos más hicieron pensar a Argentina que, al volver a las Copas del Mundo en 1958, le hacía un favor al mundo: la despreocupación y desorganización con que asistió al torneo acabó con una eliminación catastrófica en primera ronda, coronada por un 1-6 ante una Checoslovaquia que ni siquiera clasificó tampoco. El golpe fue tan duro que Argentina empezó a dudar de su tradicional y exitoso estilo de jugar al fútbol, pero no tan duro como para superar la improvisación y el desorden organizativo: para eso hicieron falta tres lustros de nuevos fracasos y la necesidad de hacer un buen papel en 1978, porque se había asumido el compromiso de organizar la Copa. César Luis Menotti devolvió a Argentina al círculo de grandes potencias del fútbol mundial, del que nunca debiera haber salido y, más allá de aquel recordado y sospechado 6-0 a Perú para llegar a la final, coronó ese proceso con un campeonato, con un equipo liderado por un jugador cuyo apodo sintonizaba con el espíritu de aquellos años de dictadura en Argentina: el Matador Kempes.
Al año siguiente Menotti dirigió a un equipo juvenil sensacional, en el que brillaban Diego Maradona y Ramón Díaz, y se llevó una nueva Copa Mundial, esta vez de menores de 19 años. Durante 1979-80 la selección argentina jugaba realmente bien y justificaba en cada partido el título obtenido en casa en condiciones polémicas, pero para 1981 ese equipo campeón ya empezaba a parecer aburguesado y falto de renovación, lo que se comprobó en la Copa de 1982, aún con Maradona y Díaz. Al año siguiente comenzó un nuevo proceso con Carlos Salvador Bilardo, cuyo equipo llegó con discretos antecedentes a la Copa de México de 1986 pero se ensambló sobre la marcha y terminó siendo un campeón indiscutible, con un Maradona en la cumbre de sus poderes semidivinos. Envejecido y todo, ese mismo equipo llegó, bien que de un modo casi milagroso, a la final del campeonato mundial siguiente en Roma ante Alemania Occidental, perdiendo ante un rival claramente superior por un par de decisiones arbitrales que todavía hoy se discuten. En 1991 se confió la selección a Alfio Basile, un proceso que arrancó con todo, ganando dos campeonatos sudamericanos después de décadas sin hacerlo, pero desbarrancó al acercarse los momentos decisivos de la clasificación, y tuvo que volver a recurrir a un Diego Maradona que iba de una suspensión por uso de drogas a otra. La magia del Diez alcanzó para llegar a la Copa y ganar de manera brillante los dos primeros partidos, pero una nueva suspensión de Maradona derrumbó a esa selección, que así y todo, no mereció perder el partido decisivo ante la Rumania de Gheorghe Hagi. Siguieron los años en el desierto posmaradoniano, con una eliminación en cuartos de final en 1998 y otra en primera ronda en 2002, esta última de modo increíble, después de haber sido durante 2000-2001 el mejor seleccionado del mundo por escándalo, pero para 2006 asomaba un nuevo semidiós, Lionel Messi, que… no fue incluido en el equipo por el entrenador José Néstor Pekerman en el partido decisivo de cuartos de final ante los locales de Alemania. Argentina perdió por penales y se volvió a casa. Invicta.
Mientras se acumulaban derrotas en las finales de copas sudamericanas llegó el torneo mundial de 2010, donde Argentina acompañaba a Messi con Higuaín, Tévez, Mascherano, Di María, Verón, Agüero y nada menos que Maradona de entrenador… y volvió a perder con Alemania en cuartos de final, pero esta vez por un marcador de escándalo. Al Mundial siguiente fue un equipo muy parecido, ya sin el Diez, que llegó a la final y la perdió sobre la hora del tiempo suplementario… ante Alemania. Dos finales sudamericanas perdidas más, ante ¡Chile! dieron paso a un desfile de entrenadores y convocatorias que sólo podían terminar en un regreso al viejo desorden anterior a Menotti, con los resultados previsibles: derrota 0-3 ante Croacia en primera ronda y eliminación en octavos de final ante Francia en Rusia 2018, así y todo 3-4 y fallando el gol del empate sobre la hora. El golpe de timón fue sorpresivo, porque el mando de la selección se le confió en pasantía a un miembro del cuerpo técnico anterior que jamás había dirigido plantel alguno, Lionel Scaloni, luego acompañado por Menotti en un cargo directivo. Tras unos comienzos muy poco convincentes, la selección se asentó en plena competencia y terminó ganando una Copa América en Brasil, derrotando en la final al local y en el Estadio Maracaná. El golpe de confianza disolvió las críticas, hizo olvidar el sendero vacilante que llevó a esa final y devolvió la alegría a Messi, que espera coronar su carrera con el título mundial que el mejor futbolista del siglo hace rato que merece.
[Agregado del 24/03/22: los goles en Copas del Mundo de los jugadores de equipos argentinos, tanto locales como extranjeros, y de la selección argentina, con jugadores tanto de la liga local como de las extranjeras]
En montañas que los antecesores de la actual especie humana ya habían fatigado más allá del abismo de los milenios, se sucedieron pueblos y países y hombres con memoria, ya fueren pastores que descubrieron cómo domesticar cabras, agricultores que aprendieron esas tecnologías recién inventadas de unas comarcas al oeste, elamitas forjadores de espadas de bronce, invasores montados arios, hasta que surgieron las poderosas civilizaciones autóctonas de medos y persas. Estos últimos llegaron a gobernar casi todo el mundo que conocían, nada menos que dos quintos de la población del planeta en su apogeo. Sólo que no contaban con los griegos, que terminaron derrotándolos e imponiéndoles sus reyes, los herederos de Alejandro Magno. Unas décadas después unos jinetes de las fronteras orientales de Persia, los partos, conquistaron el país entero, luego casi todo Medio Oriente, y le dieron trabajo durante siglos a las legiones romanas, hasta que fueron desplazados del poder por una nueva dinastía nativa, la de los Sasánidas. Siguieron cuatro centurias de pulseada casi constante con los romanos de costumbre, hasta que ambas civilizaciones sucumbieron ante una brava potencia emergente, la de las tribus árabes de fe musulmana.
La cultura y la ciencia de Persia prosperaron durante siglos bajo el Islam. Un cisma religioso y el recuerdo de viejos esplendores imperiales empezaron a separar a los persas de los árabes, y hacia 1500 renació su imperio, que pronto rivalizó con los turcos otomanos y los mogoles de la India por la hegemonía en el sur de Asia. Pero nuevas potencias empezaron a hacer sentir su poder, los remotos británicos y rusos, y una Persia en decadencia corrió el riesgo de terminar subyugada y repartida. Tras la Segunda Guerra Mundial aparecieron los norteamericanos, que se aliaron con la dinastía imperial de lo que ya se llamaba Irán para sacar del medio a un molesto y muy popular primer ministro reformista y nacionalista, Mossadegh. La acción resultó uno de esos aparentes éxitos momentáneos que se revelan errores descomunales en el largo plazo, porque le garantizó a Estados Unidos el odio perpetuo de las masas iraníes, que no cejaron hasta echar al emperador en 1979 a través del medio que tuvieron a mano, que no fue otro que una revolución islámica. Alarmados por igual, norteamericanos, británicos y rusos apoyaron al Irak de Saddam Hussein a desencadenar contra Irán una guerra brutal, que terminó en un empate con sabor a triunfo para los iraníes, que salvaron su revolución y su independencia contra una coalición abrumadora. El Irán de las últimas décadas es una teocracia semidemocrática no peor que la teocracia totalitaria de Arabia Saudita, sólo que con muy mala prensa internacional y la enemistad declarada de Israel. Gracias a Estados Unidos goza desde hace un par de décadas de la vecindad de un Irak ahora aliado, liberado de la megalomanía de Hussein y gobernado por partidos religiosos afines.
Los iraníes despuntaban como potencia futbolística asiática en los años setenta, luego de ganar tres copas continentales consecutivas en 1968, 1972, 1976 y clasificar a la Copa del Mundo de 1978, en la que fueron goleados por neerlandeses y peruanos pero alcanzaron a robarle un festejado empate a los desorientados escoceses. La Guerra del Golfo los sacó de competencia, pero volvieron para la Copa de 1998, en la que lograron una victoria que se festejó mucho más que por ser el primer triunfo en un torneo mundial: Irán le ganó 2-1 nada menos que al seleccionado de Estados Unidos. Tras opacas participaciones en 2006 y 2014, en la que cabe resaltar que hicieron penar a Argentina hasta un recordado golazo de Messi en el último instante, en 2018 los iraníes se destacaron con una victoria sobre Marruecos, una derrota ajustada contra España y un sorprendente empate ante Portugal, que de todos modos no les alcanzó para pasar de ronda. El camino hacia Qatar 2002 fue bastante fácil, pese a un grupo en el que se destacaban los surcoreanos.
Viejos reinos locales se alternaron en la soberanía sobre las tierras de la península de Corea, resistiendo a los usuales invasores mongoles, chinos y japoneses hasta que cayeron bajo el yugo del Imperio del Sol Naciente en 1910. El dominio colonial fue todo lo cruel que podía ser un dominio colonial y sólo se derrumbó con el final de la Segunda Guerra Mundial… para que por la mitad de Corea terminara pasando una de las fronteras más calientes de la Guerra Fría, la que separaba al norte comunista apoyado por los soviéticos y los chinos del sur capitalista sostenido por los norteamericanos. Hubo una guerra espantosa que duró tres largos años, que terminó con las fronteras casi iguales que al comienzo, sólo que con millones de muertos y dos países arrasados, con dos dictaduras igual de tenebrosas a cada lado de la línea del armisticio. Los ásperos militares del estado meridional al menos tenían la inteligencia de ser desarrollistas, y se las arreglaron para convencer a Estados Unidos de que estaba en su interés ayudar con unos cuantos millones por año al surgimiento de una Corea del Sur próspera. Fue así que el último tercio del siglo XX asistió al milagro coreano, que acabó pariendo una democracia que es también potencia económica mundial y faro cultural del siglo XXI, merced a su cine, su TV y su pop de línea de montaje. También es una de las mecas mundiales del suicidio, porque esos éxitos no se lograron gratis, sino a partir de instaurar un ethos tan salvajemente competitivo que alguna gente prefiere no vivir en su seno. Literalmente.
Corea del Sur, entonces un país tan flamante como arrasado, participó de la Copa del Mundo de 1954 como clasificado por Asia, que por esos años era meramente haber derrotado a Japón luego de que se retirara Taiwan. En Suiza fueron goleados feo por húngaros y turcos, y tal vez por el papelón sufrido no se les vio la cara en un certamen ecuménico hasta 1986 en México. A partir de entonces no faltaron más. Un empate 2-2 con España en 1994 y un 1-1 con Bélgica en 1998 prepararon el camino para el sorprendente cuarto puesto en casa en 2002, logrado gracias a un par de buenas victorias contra polacos y portugueses en la ronda clasificatoria… y un par de arbitrajes bochornosos en partidos decisivos contra italianos y españoles. En 2006 alcanzaron a sacarle un empate a Francia, luego subcampeón; en 2010 pasaron prolijamente de ronda para caer 1-2 ante Uruguay en octavos de final; y en 2018 llegó una victoria clamorosa por 2-0 ante los desconcertantes alemanes que en esa Copa alineó Joachim Löw. Corea del Sur viaja a Qatar tras una clasificación holgada, aunque sin brillar.
Ni los tifones, ni los terremotos, ni los Godzilla que aún hacían temblar la tierra a su paso pudieron evitar que unas tribus de pescadores y recolectores del este de Asia se establecieran hace algo más de treinta mil años en unas islas al oriente. Desde el continente siguieron llegando por siglos mercancías, tecnologías, ideas e inmigrantes, llevando consigo la cerámica en la prehistoria, el cultivo del arroz y la metalurgia del bronce hace tres mil años, la siderurgia hace dos mil años o el budismo hace mil quinientos. Ya desde el año 660 antes de nuestra era había un reino unificado, si le creemos a la tradición, y era lo suficientemente fuerte como para rechazar no una sino dos invasiones de los terroríficos mongoles a fines del siglo XIII, que eran tenidos por invencibles desde Hungría y Polonia hasta Medio Oriente, India, China y Corea. Caracterizaban a ese Japón medieval una cultura muy sofisticada y una política interna facciosa, que degeneró más de una vez en largas guerras civiles entre clanes de la casta militar de los samurais. Como si la situación no fuera lo suficientemente compleja, a mediados del siglo XVI aparecieron en las costas japoneses los portugueses, interesados en la conquista donde se podía y en el comercio si no quedaba más remedio. Los portugueses trajeron la última tecnología en armas de fuego, que fue bienvenida, y los misioneros jesuitas, que terminaron expulsados en medio del exterminio de los miles de cristianos locales, acusados de quinta columna del interés foráneo. Siguieron dos largos siglos de aislamiento que acabaron en 1853, cuando la Armada de Estados Unidos informó cordialmente a las autoridades de la capital nipona que la nación debía abrirse al comercio internacional o sería atacada. Esta vez el país decidió que no era tiempo de resistir sino de ceder... pero para ganar tiempo y poder estar a la altura de los agresores. En medio siglo había adoptado instituciones y tecnología europea, con tanto éxito que pudo montar sus propias guerras coloniales en China y Corea y vencer en el proceso a una de las grandes potencias, el Imperio Ruso. Pero tal vez el Imperio del Sol Naciente fue demasiado exitoso, y se vio comprometido en una rivalidad cada vez más agria con nada menos que Estados Unidos por la hegemonía en Extremo Oriente. Se inclinó entonces por un nacionalismo radical que rivalizaba en ferocidad con el de sus nuevos y obvios aliados nazis de Alemania, y en 1937 emprendió una guerra genocida contra China, como preludio a un breve y ominosamente desfavorable conflicto con la Unión Soviética y a desafiar desde 1941 a Estados Unidos y a las debilitadas potencias coloniales europeas. La derrota fue terminal, incluyó dos ataques con armas atómicas y una ocupación militar que sentó las bases de una democracia muy próspera, al precio de convertirse en poco menos que un estado vasallo castrado militarmente. Ni los frecuentes tifones, ni los cotidianos terremotos, ni los esporádicos regresos de Godzilla pudieron evitar que el empuje de la industria y el comercio de Japón se sintiera en todo el mundo; sí lo logró su desaforado mercado especulativo, que implotó en 1991 y dio inicio a tres décadas de estancamiento. El siglo XXI vio el auge mundial de las industrias culturales japonesas, de la gastronomía al cine y el manga, así como un renovado interés por los asuntos militares en un país que tiene como vecinos a Rusia, China y Corea del Norte, y cada tanto tiene que hacer frente a una invasión de robots extraterrestres o a algún monstruo prehistórico nacido gracias a alguna operación con materiales radiactivos que salió mal, pero realmente mal.
El fútbol de Japón comenzó pronto a destacarse en Asia, cosa que no requería demasiado esfuerzo. En los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936 llegó a cuartos de final, para ser goleado por los italianos que iban rumbo a la medalla de oro, y a último momento retiró su inscripción a la Copa de Francia 1938. Volvió a inscribirse recién para la Copa de 1954, pero no fue hasta los años noventa cuando el deporte comenzó a afirmarse, gracias a enormes inversiones en la contratación de estrellas sudamericanas o europeas para su liga local. En 1992 llegó la primera de sus cuatro copas continentales, y en 1998 su primer campeonato mundial, en el que debutó perdiendo 0-1 con Argentina, primera derrota ajustada de tres y rápido adiós. Tras un subcampeonato afortunado en la Copa de las Confederaciones de 2001, al año siguiente llegó la hora de ser local en la Copa organizada conjuntamente con sus vecinos y rivales de Corea del Sur: pasó la primera ronda pero cayó en octavos de final ante Turquía. Dos participaciones en Copas seguidas, y desde entonces no ha faltado a ninguna, por más que no se haya destacado mucho nunca: en 2010 y 2018 al menos llegó a octavos de final, en este último caos cayendo ante la muy buena selección belga después de estar ¡dos goles arriba! En Qatar espera hacer un mejor papel: cuenta con futbolistas acostumbrados a jugar en ligas de elite, como los defensores Yoshida de la Sampdoria y Tomiyasu del Arsenal, o el volante Minamino del Liverpool.
Hubo un tiempo que fue hermoso en el que la península arábiga no fue un desierto, sino una pradera con ríos y lagos, y los antepasados de la especie humana pasaron por ahí de África camino a Nordelta y conquistando el mundo en el proceso. Pero los últimos cinco mil años no fueron generosos con esa tierra, tanto que más que tierra es arena innumerable. La sufrían pueblos nómades acostumbrados a arreglárselas con lo que había a mano, hasta que un caudillo llamado Mahoma les dijo que el único dios le había hablado y que todo aquel que muriera en Su Nombre iría al Paraíso: en menos de un siglo esas tribus árabes estaban atacando a China al este e invadiendo Francia por el oeste. El imperio que crearon terminó teniendo centro en tierras más hospitalarias y de culturas más sofisticadas como las de Mesopotamia o Persia, pero durante siglos fue el estado más poderoso, culto y civilizado al oeste de China, sin punto de comparación con las belicosas naciones de los bárbaros europeos.
En el siglo XVI la antigua superpotencia árabe estaba agotada y fue presa de adversarios más poderosos, como los turcos y persas atacando desde el norte y los portugueses desde el mar. A mitad del siglo XVIII, la dinastía tribal heredera de Muhammad Ibn Saud, defensora de una interpretación rigorista del Islam, impuso su soberanía sobre la mayor parte de la península. Tras décadas de conflictos internos y derrotas en serie ante las incursiones turcas, un agente británico llamado Lawrence llevó a las tribus del desierto la alianza con el país más poderoso del mundo y la tan anhelada victoria en la lucha por la libertad. Se sucedieron años de idas y vueltas en las que los árabes descubrieron que liberarse de sus libertadores podía ser tan difícil como hacerlo de sus viejos opresores, pero por fin el Reino de Arabia Saudita fue proclamado en 1932. Antes de terminar esa década llegó el descubrimiento de que los dinosaurios que habían habitado Arabia cuando la Tierra se enfrió y habían muerto de sobrepeso se habían convertido en petróleo debajo de las patas de los camellos de los árabes, y de que los Estados Unidos estaban tan interesados en ese petróleo que ofrecieron a los sauditas su desinteresada alianza eterna. Esa alianza no estuvo exenta de rispideces, como cuando los sauditas decidieron nacionalizar las compañías petroleras que operaban en su suelo, o se negaron a venderle petróleo a unos Estados Unidos que no podían dejar de apoyar a Israel en sus guerras con sus vecinos árabes ni aunque supieran el precio, o cuando los más rigurosos entre los rigurosos fanáticos islámicos de Arabia Saudita la emprendieron contra unas famosas torres neoyorquinas. Hoy el hombre fuerte del reino, una dictadura teocrática en la que hasta hace poco las mujeres no podían ni conducir automóviles, es el Príncipe de la Corona Mohammed Bin Salman y su cinéfilo ejército gore de locos de la motosierra. Su pasatiempo es invadir Yemen y masacrar civiles, confiado en que bombardear enemigos que no son rubios ni europeos ni quieren ser parte de una alianza militar noratlántica garantiza la más perfecta indiferencia mediática en eso que todavía persisten en llamar Occidente.
Los sauditas participaron por primera vez en competencias eliminatorias para una Copa del Mundo en el camino a Argentina ’78. Obtuvieron los campeonatos continentales en 1984, 1988 y 1996, una progresión que alguna vez tenía que derivar en la clasificación a la ronda final de un campeonato mundial y así lo hizo para el de Estados Unidos 1994. Allí, con el argentino Jorge Solari de entrenador, sorprendieron pasando a octavos de final tras una derrota ajustada ante los neerlandeses y dos victorias ante Marruecos y Bélgica, esta última con un inolvidable y maradoniano gol de Said Al-Owairan. Perdieron con Suecia, pero la hazaña ya estaba consumada. Siguieron tres oscuras participaciones consecutivas en 1998, 2002 y 2006 y luego ni siquiera eso. Arabia Saudita volvió a las Copas del Mundo en Rusia en 2018, bajo la batuta de otro argentino, Juan Antonio Pizzi, para ser goleados por los locales, perder ajustadamente con Uruguay y cerrar derrotando sorpresivamente a los egipcios de Mohamed Salah. A Qatar llegan sin mayores sobresaltos y con perspectivas de ser prácticamente locales. No parece que alcance para mucho.
En el principio de la Historia hubo un invasor: el Imperio Inca, que en medio siglo completó la conquista de lo que hoy es Ecuador, antes de que empezara a desangrarse en una guerra civil que sólo terminó… con la llegada de unas pateras repletas de inmigrantes ilegales que habían navegado dos océanos en busca de hacerse un futuro, costara lo que costara. Los invasores fueron dueños del país por 250 largos años, hasta que sobrevino su propio derrumbe en su tierra natal, y en el vacío de poder subsiguiente sus hijos americanos y hasta sus esclavos se animaron a discutir quién debía gobernar esas tierras. Dos ejércitos libertadores confluyeron desde el sur y desde el norte para expulsar a los partidarios de un rey remoto, pero sus jefes no se pusieron de acuerdo en qué hacer con las tierras recién liberadas, y sobrevinieron años de luchas intestinas hasta que en 1830 se proclamó la República del Ecuador.
La independencia no trajo paz, porque entonces se sucedieron décadas y décadas de conflictos civiles, dictaduras oligárquicas, crisis de la deuda externa, mandatarios que buscaban colocar al país bajo el protectorado de una potencia extranjera, nuevas guerras contra España o los estados vecinos, presidentes populares derrocados o asesinados, acuerdos ruinosos con el FMI, populistas neoliberales que sumen al país en el caos y populistas de izquierda que lo rescatan, para terminar con un regreso neoliberal que es sucedido por… Bueno, la historia de un país sudamericano cualquiera.
Ecuador arribó tardíamente al mundo del fútbol: participó en su primer campeonato continental en 1939 y se inscribió para participar en una Copa del Mundo por primera vez en 1961, en tiempos en que contaba con el notable goleador de Peñarol de Montevideo Alberto Spencer, siendo eliminado a las risas por Argentina en el camino a Chile 1962. Hubo que esperar cuatro décadas hasta que un equipo liderado por el inolvidable Alex Aguinaga, que se hizo fuerte en la altura de Quito, consiguió el pasaje al campeonato mundial de Extremo Oriente de 2002, en el que luego de caer derrotado por Italia y México le ganara sorprendentemente a los croatas. En 2006 Ecuador pasó la ronda inicial para caer en octavos de final ante Inglaterra, no se destacó en Brasil 2014 aunque alcanzó a sacarle un empate a los franceses, y en la eliminatoria para Rusia 2018 arrancó arrasando para decaer inexplicablemente y llegar a las fechas decisivas sin chance alguna. Sacó el pasaje a Qatar con la estrategia obvia para Ecuador: asegurar todos o casi todos los puntos de local, en la altura de Quito, y sumar alguna victoria o empate de visitante que cubra cualquier traspié a domicilio..
El siglo XVI todavía esperaba que hirviera la caldera del agua para el mate cuando el navegante Juan Díaz de Solís, al servicio de España, quiso probar la hospitalidad de los nativos de la costa norte de lo que otros luego llamarían Río de la Plata y terminó siendo probado por los rudos charrúas, que lo encontraron algo duro para asado, y dictaminaron entonces y para siempre que la carne de ultramar era para, con un poco de hambre, chivito o cuanto mucho embutido, si es que no frankfurter, bó. Un siglo largo después los portugueses quisieron probar si esa costa era hospitalaria con simpáticos emprendedores alérgicos a los impuestos y a las regulaciones aduaneras, y la encontraron tan propicia que hasta fundaron Colonia del Sacramento. A los pocos años quisieron extender ese éxito a Montevideo, a la que empezaron por fundar, pero eso desató la envidia de Buenos Aires y su gobernador español, que ordenó expulsar a los fundadores, ocupar el lugar y abrir bancos offshore para los comerciantes porteños que no querían pagar impuestos en su ciudad. Los británicos se quisieron sumar al festival de sociedades pantalla, pero tuvieron que retirarse tras ser derrotados por los porteños dos veces, a partido y revancha. Para cuando en Buenos Aires quisieron hacerse cargo del vacío de poder dejado por una familia real española a la que la Francia de Napoleón derrotó mostrándole los colores de la camiseta, Montevideo decidió hacer rancho aparte, al menos hasta que entre la flota de Brown y los bravos de Artigas les mostraron cuántos pares son tres botas. El propio Artigas tuvo que volver a enfrentar a Buenos Aires porque ahora los que dudaban si no era mejor sumarse a la murga de los restaurados Borbones eran los porteños que, en el mejor de los casos, miraron para otro lado cuando los portugueses del Brasil quisieron recuperar su vieja provincia de aquel lado del Plata. El partido entre Buenos Aires y Río de Janeiro se picó una década después, y el árbitro británico terminó pitando empate, independencia de la Banda Oriental y el puerto de Montevideo para su Corona o poco menos. En ese nacimiento con fórceps y encima prematuro Uruguay no era original, tanto que durante décadas sus blancos y colorados dirimieron sus disputas en el mismo césped que federales y unitarios argentinos y separatistas gaúchos y cariocas centralistas, para peor con Paraguay, la Confederación Peruano Boliviana, Francia y el Reino Unido metiéndose a inclinar la cancha para el lado que les conviniera. Como los orientales son de tomarse su tiempo, las guerras civiles del siglo XIX no terminaron hasta 1904, cuando José Batlle y Ordóñez, por pura prepotencia de trabajo, aseguró la autoridad del estado nacional sobre todo el país, sancionó leyes laborales y previsionales de avanzada, estatizó bancos y ferrocarriles y estableció el voto femenino y el divorcio vincular: como quien dice fue el Roca, el Yrigoyen, el Perón y hasta el Alfonsín porteño en uno solo. A partir de entonces, al próspero y campeonísimo Uruguay se le dio por experimentar con dictaduras como la de Terra, cuerpos colegiados a cargo del gobierno, crisis económicas que empujaron a medio país a cruzar primero el Plata y luego los océanos, guerrilleros que se hicieron famosos en Europa por su rechazo a la violencia indiscriminada, una dictadura militar larguísima y hasta una bancarrota nacional en toda la regla al despuntar el siglo XXI, de la que salió gracias a una serie de gobiernos de centroizquierda envidiados en todo el continente... y de los que Uruguay se cansó. En 2019 prefirió volver a la vieja tradición nacional de vivir de atraer a simpáticos emprendedores alérgicos a los impuestos y a las regulaciones aduaneras.
El fútbol llegó temprano al Río de la Plata, tanto que argentinos y uruguayos jugaron el primer partido de selecciones nacionales fuera de las de las Islas Británicas, en 1902. Durante muchos años el fútbol sudamericano fue mera sinécdoque de los enfrentamientos entre ambos equipos: el primer campeonato continental, primer torneo de selecciones nacionales fuera de las Islas Británicas, se disputó en Argentina en 1916 y lo ganó Uruguay, que también derrotó a su vecino occidental en las finales de los Juegos Olímpicos de 1928 en Amsterdam y de la primera Copa del Mundo en el propio Uruguay en 1930, que con la victoria en los Juegos de 1924 en París cerraba así una década inigualable, en la que ganó tres torneos oficiales mundiales seguidos. Como la Copa de 1930 no contó con la asistencia de las potencias europeas de la época y la de 1938 se disputó en Europa contraviniendo un pacto de alternar con América, Uruguay se negó a asistir a los campeonatos mundiales de 1934 y 1938. Retornó en 1950 ¡para ganar su segundo torneo en su segunda participación, de visitante en Brasil y después de ir perdiendo un partido épico, uno de los partidos más grandes de la historia del fútbol! No por nada las hazañas y anécdotas del Negro Jefe Obdulio Varela, de Schiaffino, de Ghiggia y de Máspoli se cuentan en Uruguay con el tono reverencial con que otros países más desventurados reservan a sus glorias militares.
En 1954 en Suiza, La Celeste tuvo otro gran campeonato, perdiendo su primer partido en Copas del Mundo recién en su tercera participación, y fue ¡en semifinales, en tiempo suplementario y ante Hungría, que tenía entonces uno de los mejores equipos de la historia del fútbol! Ése fue el cénit futbolístico de Uruguay, que coincidió raramente con el comienzo de su decadencia económica: fue eliminado por Paraguay en el camino a Suecia 1958, y luego tuvo un opaco Mundial en Chile 1962. La inercia de un pasado glorioso todavía alcanzaba para que sus clubes insignia Peñarol y Nacional fueran animadores permanentes de la Copa Libertadores y hasta más de una vez campeones de América y del Mundo, y para aceptables actuaciones en las Copas Mundiales de 1966 y 1970, pero entonces comenzaron los años más tristes del fútbol oriental. La selección ni clasificó a los Mundiales de Argentina '78 y España '82, desperdició una generación de calidad insuperable en los de México '86 e Italia ´90, y de las siguientes cuatro Copas del Mundo se las arregló para faltar a tres y no pasar la primera rueda en la que sí clasificó. De esa bancarrota futbolística al despuntar el siglo XXI salió gracias al Maestro Oscar Tabárez, que encabezó una reconstrucción que aseguró una Copa América en 2011 otra vez en Argentina, y unos festejados cuarto puesto en la Copa del Mundo de 2010 y quinto en la de 2018, en ambos casos siendo el equipo de América mejor clasificado. En las durísimas eliminatorias sudamericanas hacia Qatar 2022 el proceso dio señales de agotamiento, y tras una racha de derrotas totalmente previsible ante equipos superiores como Argentina y Brasil o en condiciones siempre difíciles como las de la altura de La Paz, la federación de Uruguay se cansó de Tabárez y lo despidió. Su sucesor Diego Alonso sólo tenía que cambiar el ánimo del plantel y ganar tres de los cuatro partidos que restaban, ninguno de los cuales era ni remotamente tan dificil como los que causaron el despido del Maestro, y fue así que La Celeste sacó boleto a su decimocuarta Copa el Mundo.
En el principio fueron unos pueblos del noreste de Asia que bajaron por la costa oeste de América y se convirtieron en sus pueblos originarios, y hubo buena caza y buena pesca y tuvieron hijos y cantaron esas historias por siglos junto a las hogueras nocturnas. Un día de hace mil años tuvieron un aviso: del este llegaron en barcos unos incursores pálidos y rubios, que no resistieron unos pocos ataques y se tuvieron que marchar de regreso. Pero la advertencia se olvidó, y medio milenio después se repitió la vista, pero esta vez eran barcos más grandes e invasores más decididos, franceses y británicos que lucharon durante décadas por el derecho a adueñarse de esas tierras septentrionales y de imponer su yugo sobre sus habitantes. Vencieron los británicos, pero aceptando que los hijos de los franceses conservaran su idioma, su religión y sus costumbres, y el derecho a compartir el dominio sobre esas ricas tierras y sobre sus primeros habitantes. Tras poner a su gente al servicio de Su Graciosa Majestad en la Primera Guerra Mundial, el Dominio del Canadá se ganó el derecho a su autogobierno en 1931, confirmado en 1939, a tiempo para participar de una nueva guerra junto al Imperio Británico y luego sus vecinos meridionales, los Estados Unidos, con quienes se integraron política, económica y hasta deportivamente, tanto que los equipos de ambos países comparten las mismas ligas en varios deportes, y las costumbres y normas del Canadá son referencia cuando de civilización se habla en su bárbaro vecino meridional.
El fútbol llegó pronto a Canadá desde las Islas Británicas pero tardó décadas en consolidarse, incluso en una confederación de segundo orden como la de América del Norte, América Central y el Caribe. En 1985 se ganó un trofeo regional de selecciones, y ese mismo equipo fue protagonista del hito de clasificar a Canadá a su primera participación en una Copa del Mundo, la de México en 1986, donde perdió sus tres partidos, pero bien que le dio un susto en su debut a un gran equipo de Francia, que sólo pudo ganarle 1-0 y con un gol tardío, y después al menos no fue goleado ni por Hungría ni por la URSS. Siguieron años opacos, con sólo un triunfo en la Copa de la CONCACAF de 2000, y el renacimiento de estos años que espera consolidarse para cuando Canadá sea local junto a sus dos vecinos del sur en la Copa de 2026.
Los árabes del norte de África ya sabían hace un milenio que, del otro lado del Sahara, vivían pueblos de piel oscura que explotaban riquísimas minas de oro y que sabían trabajar exquisitamente ese material. A fines del siglo XIII algunas ciudades estado de Italia consideraron sacarse del medio la intermediación de los árabes y acceder directamente a esas riquezas, aunque por vía atlántica. El proyecto les quedó grande, pero llegó a oídos de los portugueses, que comprometieron todo el poder de su nación en realizarlo y tuvieron éxito a mediados del siglo XV. Los europeos de entonces no eran hipócritas como los de hoy: llamaron a una región del Golfo de Guinea Costa de los Esclavos; a otra, Costa de Oro, que es lo que hoy llamamos Ghana. Los portugueses fueron sólo los primeros de una ola de marinos saqueadores de piel clara, porque un siglo después se sumaron los nerlandeses, y luego los franceses y los ingleses, y hasta suecos, dinamarqueses y brandenburgueses se sintieron llamados a la aventura de explotar el trabajo ajeno. La carrera tuvo como vencedor en 1874 a quien vencía casi siempre en esas carreras en esa época, el Imperio Británico, que de todos modos apenas pudo afirmarse en esa tierra lo que dura una vida humana: en 1957 tuvo que conceder la independencia a Ghana. Su héroe nacional Kwame Nkrumah lideró la doble causa de la liberación panafricana y del socialismo africano, al menos hasta ser derrocado en 1966 por un golpe militar inspirado por la CIA, que es como frecuentemente acaban los gobiernos comprometidos con la doble causa de la liberación panafricana y el socialismo africano. Hoy las riquezas de Ghana siguen atrayendo el interés del mundo, desde las omnipresentes corporaciones norteamericanas o europeas hasta las recién llegadas chinas, al mismo tiempo que la nación es una de las más desiguales del mundo.
Ghana es un repetido ganador de la Copa de África: lo hizo en 1963, 1965, 1978 y 1982. También lo es de torneos juvenieles: ganó el sub19 de 2009 y los sub17 de 1991 y 1995. Sin embargo, las Copas del Mundo le fueron esquivas: recién debutó en la de 2006, en la que cayó en octavos de final ante Brasil. La Copa siguiente en Sudáfrica fue aún mejor, ya que Ghana fue el mejor equipo de África: llegó a cuartos de final, donde perdió por penales en un recordadísimo partido ante Uruguay, el de la mano de Luis Suárez y el penal picado del Loco Abreu. En 2014 tuvo un campeonato flojo y en 2018 ni siquiera clasificó: habrá que ver qué tal le va en Qatar. Por lo pronto llegó eliminando en los partidos decisivos a sus archirrivales de Nigeria, participantes ya acostumbrados de todas las Copas del Mundo.
Los fenicios y los cartagineses ya sabían que había un gran río que desembocaba en el Atlántico una vez que se dejaban atrás las fatigosas costas desiertas del noroeste de África, que en él moraban unas bestias voluminosas que nosotros llamamos hipopótamos, y que había tribus de piel oscura que los cazaban. Ese conocimiento llegó a los tiempos del Imperio Romano pero después se perdió: sólo lo conservaron los moros del noroeste de África, que hace un milenio comerciaban con la región y le enviaban también predicadores del Islam. A comienzos del siglo XV llegaron por mar los portugueses, atraídos por un lucrativo negocio que pretendían quitarle a los árabes: el tráfico de esclavos. El negocio era tan bueno que ni los nerlandeses, ni los ingleses ni los franceses se lo quisieron perder. Los súbditos del Rey Sol lograron hacer pie no lejos de la desembocadura de aquel gran río donde abundaban los hipopótamos y que ya llamaban Senegal, y montaron allí la capital africana de la trata de esclavos. Su abolición a comienzos del siglo XIX no significó que los habitantes de estas tierras se liberaran de trabajar para los franceses: siguieron haciéndolo en un sistema de plantaciones sólo un poco menos cruel y explotador. En 1960 llegó el momento de la independencia y de la presidencia de un poeta, Leopold Senghor, adalid del socialismo africano. Senegal es una de las democracias más estables de África, que ya es un buen comienzo. La igualdad todavía se hace esperar. Como en todos lados.
Senegal participa en las eliminatorias hacia las Copas Mundiales desde 1970. Recién lo logró para la recordadísima edición de 2002, en la que Henri Camara, Aliou Cissé y Papa Bouba Diop dieron el gran golpe de debutar en un campeonato mundial derrotando en el partido inaugural a los campeones franceses, en una de las sorpresas más grandes de la historia del fútbol. Sendos empates con Dinamarca y Uruguay le permitieron pasar la primera ronda, para volver a sorprender superando a Suecia en octavos de final en tiempo suplementario y caer recién en cuartos de final ante Turquía, también en tiempo suplementario. Sólo volvió a participar en la Copa de 2018, en la que fue eliminado en primera ronda por un método sorpresivo: tras empatar con Japón en puntos, diferencia de gol y resultado entre ambas selecciones, se quedó afuera de la ronda final por ¡cantidad de tarjetas amarillas! A comienzos de 2022 llegó el doble premio de la primera victoria en una Copa Africana y la clasificación a la Copa de Qatar, las dos veces derrotando por penales a Egipto. Sus estrellas son todas figuras de equipos importantes de Europa: el arquero Mendy del Chelsea, Koulibaly del Napoli, Idrissa Gueye del Paris Saint Germain y Sadio Mané del Liverpool. No es improbable que sea el mejor equipo de África.
Fenicios, griegos, cartagineses, celtas, romanos, suevos, visigodos y árabes ya habían disfrutado del buen clima y de la amabilidad de los habitantes de la costa occidental de la península ibérica, hasta que a comienzos del pasado milenio a Portugal le dio por gobernarse a sí mismo. El pequeño reino aprendió de las ciudades estado italianas las grandes oportunidades que ofrecía el dominio de la navegación marítima, y en poco más de un siglo montó el primer imperio comercial de alcance mundial: gracias a los portugueses, de Brasil a China y de África a India, se entendió muy claramente en qué consistía haber caído bajo el yugo de una potencia colonial europea. Para el siglo XVII los que habían aprendido de éxitos ajenos eran los competidores de Portugal, y el país empezó entonces una lenta aunque tranquila decadencia, de la que sólo lo salvó la integración a la Unión Europea.
El fútbol portugués tardó bastante en dejar huella: no fue hasta Inglaterra 1966 que participó en una Copa del Mundo, cuando terminó siendo un brillante tercero gracias a sus entonces colonias africanas, en la forma de un verdadero fenómeno como Eusebio. Se sucedieron eliminaciones en rondas clasificatorias a repetición, con la excepción de un par de participaciones muy opacas en 1986 y 2002, y dos campeonatos mundiales sub 19 consecutivos en 1989 y 1991 que despertaron expectativas nunca satisfechas. Pero a Portugal le nació un fenómeno de los que hacen época, Cristiano Ronaldo, y desde 2006 no se ha perdido un solo campeonato mundial, por más que en ninguno se haya destacado demasiado, aunque sí pudo por fin ganar trofeos continentales con la Copa de Europa de 2016 y la Liga de Naciones de Europa 2018-19. Tras penar en la clasificación europea, espera Qatar 2022 con un plantel muy rico para el torneo que puede ser el broche de oro de la carrera de su máxima estrella, y la gran actuación mundialista que hace tanto promete y no cumple.
Pueblos nómades de los que ni siquiera sabemos su nombre fueron y vinieron una y otra vez por la pánica llanura interminable del norte de Europa. En tiempos que los romanos ya registraron para nuestros historiadores y aún para el eventual y acaso inexistente lector de estas líneas, los celtas se establecieron entre los ríos que hoy llamamos Oder y Vístula, y luego algunas de las tribus que el desgano de los romanos llamaba germanas, y cuando los romanos ya eran historia, lo hicieron varios pueblos eslavos. El que se impuso y unificó esas tierras en el siglo X se hizo cristiano y se llamaba a sí mismo polaco, y desde el principio tuvo que pelear contra sus paganos vecinos bálticos y contra los cruzados alemanes, antes de ser aplastado en el siglo XIII por los omnipresentes mongoles. Pero los invasores se retiraron, Polonia sobrevivió y prosperó, y hasta fue lo suficientemente inteligente como para atraer a multitudes de comerciantes y artesanos judíos perseguidos en el resto de Europa, garantizándoles derechos. En el siglo XIV la unión con el Gran Ducado de Lituania creó la nación europea más extensa de la época, tolerante en materia religiosa incluso durante los peores conflictos religiosos del siglo XVI. Pero todo es entropía en este mundo: las continuas guerras con los múltiples vecinos de esa nación tan extensa la empobrecieron y debilitaron, y terminó repartida entre austríacos, prusianos y rusos a fines del siglo XVIII. Hubo un breve renacer gracias a uno de tantos juegos cartográficos a los que Napoleón Bonaparte era tan aficionado, el que creó el Ducado de Varsovia, pero siguió la suerte del Gran Corso tras su derrota definitiva en 1815. Tres sublevaciones fracasadas durante el siglo XIX prepararon el camino a la reconstrucción del estado polaco en 1918, apenas se derrumbaron los tres imperios que se repartían el país. Pero esa Polonia del período transparentemente llamado de entreguerras volvió a desaparecer en 1939, a manos de Hitler y Stalin. El antiguo refugio de los judíos perseguidos de toda Europa se convirtió en su infierno, en el que los nazis alemanes contaron con la ayuda de no pocos polacos que no se daban cuenta de que el opresor planeaba también su destrucción con métodos apenas menos crueles. Polonia fue la primera víctima de la Guerra Fría, siendo entregada a la Unión Soviética en prenda de paz, y sólo pudo escapar de ese destino por una resistencia encabezada por la Iglesia Católica, apoyada bien que disimuladamente desde el otro lado de la Cortina de Hierro. La Polonia posterior al comunismo prosperó y recuperó algunas de sus tradiciones, no todas: la tolerancia a toda creencia o su ausencia no, el poder de una iglesia ultraconservadora sí, la hostilidad a sus vecinos del este también.
Un representativo de Polonia clasificó por primera vez a una competencia mundial en 1938, y quedó eliminado en octavos de final, aunque le quedó el consuelo de haber sido parte de uno de los espectáculos más increíbles de la historia de las Copas del Mundo: un tremendo 5-6 con Brasil. Tardó décadas en volver, las que hicieron falta para que Kazimierz Gorski, el entrenador de la selección juvenil del país en los años sesenta, se hiciera cargo del equipo mayor. Siguieron notables actuaciones en los Juegos Olímpicos, como el oro en 1972 y la plata en 1976, y en medio la épica clasificación al Mundial de Alemania Occidental, eliminando a Inglaterra en Wembley, y una actuación sensacional en la propia Copa, en la que derrotó a Argentina, Italia y Brasil, entre otros, y acabó en el tercer puesto. Esa generación dorada de los Lato, Deyna, Szarmach y Tomaszewski encontró una sucesión igual de brillante en los Boniek, Buncol y Smolarek y así llegaron el quinto puesto en la Copa de 1978 y otro tercer puesto en la de 1982. Para 1986 ese equipo ya estaba agotado, y se despidió en octavos de final tras ser goleado por Brasil. A partir de entonces ya ni clasificó, más allá de buenos momentos aislados como la plata olímpica en 1992. Las participaciones en 2002 y 2006 fueron muy opacas, Polonia fue eliminada en fase de grupos en la Eurocopa coorganizada con Ucrania en 2012, y en la Copa de 2018 no pudo pasar la primera rueda ni aún contando con el gran goleador de liga alemana, Robert Lewandowski. Qatar 2022 se presenta como una incógnita.
Lo que hoy llamamos Marruecos estaba en el área de influencia de los fenicios hace 2600 años. Cartagineses y romanos se sucedieron en la hegemonía sobre ese rincón noroccidental de África, siempre en lucha con los pueblos bereberes del desierto, y luego llegaron y pasaron vándalos y bizantinos, hasta que a mediados del siglo VII se produjo la conquista árabe y la islamización. El país alternó tiempos de autonomía y otros de obediencia a lo s califas fatimitas hasta que en el siglo XI una dinastía autóctona, la de los almorávides, fundó un imperio que abarcaba toda la costa atlántica desde Andalucía hasta Mauritania, con capital en Marrakesh. Un siglo después la sucedió otra dinastía local, la de los almohades, que extendió sus dominios hasta las fronteras de Egipto. Los soberanos posteriores perdieron Andalucía y empezaron a sufrir ante el acoso europeo y turco, más allá de un breve renacimiento durante el siglo XVI. Durante el siglo XIX fueron los españoles y los franceses los que ejercieron presión sobre Marruecos, respetando nominalmente al sultán pero repartiéndose el país en áreas de influencia. La Guerra Civil Española y el pálido papel de Francia en la Segunda Guerra Mundial debilitaron a ambas metrópolis, que acabaron retirándose y dejando en poder al sultán que, con el título de rey, llevó a la nación a la independencia en 1956. El Marruecos actual es un país regido por un autócrata multimillonario aliado a Estados Unidos y Francia, y que por ello se permitió invadir el Sahara Occidental, anexárselo y oprimir a su pueblo sin mayores críticas internacionales.
La primera participación en eliminatorias de Marruecos se produjo en camino a Chile 1962. Logró clasificar a la Copa de 1970, en la que hizo un papel muy digno: llegó al entretiempo de su partido debut ante nada menos que Alemania Occidental ganando 1-0 para perder luego apenas 2-1, y obtuvo el primer punto de un equipo africano en campeonatos mundiales empatando con Bulgaria. Siguieron años flojos, sólo interrumpidos por la victoria en la Copa Africana de 1976. Volvió a los certámenes mundiales en 1986, otra vez en México, y anduvo muy bien: ganó un grupo con tres duros rivales europeos tras empatar con Polonia e Inglaterra y vencer a Portugal, cayendo en octavos de final... ante Alemania Occidental, Volvió a clasificar a la ronda final en 1994 y 1998, aunque pasó por ambas copas sin pena ni gloria. En 2018 en Rusia le tocó en suerte un durísimo grupo que no pudo sortear: sólo rescató un festejado empate ante España. Esa Copa inició una era de victorias en competencias continentales en 2018 y en 2020, y las corona participando en Qatar 2022.
En el siglo XII antes de nuestra era, navegantes venidos de Fenicia conquistaron a los pueblos agricultores de lo que hoy llamamos Túnez y establecieron una próspera colonia. En el siglo IX antes de nuestra era fundaron Cartago, la ciudad que dominaría el Mediterráneo Occidental hasta ser derrotada por Roma en tres durísimas guerras libradas en cien años. Cartago fue arrasada pero la provincia prosperó bajo sus nuevos amos. Cuando el Imperio Romano comenzó a desmoronarse, los vándalos se disputaron el control de la región con los bizantinos, hasta que los árabes la hicieron suya. En el año 800 los emires aglabíes se declararon independientes, para ser sucedidos por califas fatimitas que conquistaron toda África del Norte, del Atlántico a Egipto, y aún la costa occidental de Arabia, incluyendo la ciudad sagrada de La Meca. Pasaron otras dinastías y las esporádicas incursiones europeas de costumbre hasta la conquista turca del siglo XVI. Pero los gobernantes locales gozaban de bastante autonomía, tanta que en 1869 no pudieron pagar un empréstito contratado en Francia y tuvieron que entregar su soberanía como parte de cobro. Las autoridades coloniales francesas colaboraron con los ocupantes nazis durante la Segunda Guerra Mundial con tanto entusiasmo como para perseguir a la población judía de Túnez, que jamás había experimentado la hostilidad de autoridad alguna, y tuvieron que ser desalojadas por las fuerzas aliadas. Después de ese papel vergonzoso en la guerra, los franceses no tenían mucha autoridad para regir a los tunecinos, y tuvieron que retirarse en 1956. El Túnez independiente fue un país con régimen de partido único socialista que modernizó el país, al precio de convertirlo en un estado policial. Como se vio en otras costas, el mismo partido que montó un sistema económico dirigista fue el que encabezó el proceso inverso hacia el neoliberalismo, pero la vocación de cambio no le alcanzó ni para restaurar las libertades públicas ni para atacar la extendida corrupción en el manejo del Estado. La revuelta de 2010-11 restableció la democracia pero no alcanzó para dar lugar a un proceso de mejoras continuas del nivel de vida de la población, tanto que en 2022 a las autoridades no se les ocurrió mejor idea que acudir por ayuda a ¡el Fondo Monetario Internacional!
Lo primero que se puede decir de Túnez en el fútbol internacional es poco estimulante: organizó el primer campeonato mundial sub 20 en 1977, y encima no pudo superar la primera ronda. Sin embargo, al año siguiente participó en su primera Copa del Mundo, la de Argentina '78, y cumplió un muy buen papel, derrotando a México en su primer partido en Mundiales y empatando 0-0 con los campeones alemanes occidentales, y perdiéndose la segunda ronda por diferencia de gol. Pero esto no fue ningún comienzo, porque Túnez no volvió a una Copa hasta 1998, en la que tampoco se destacó, como no lo hizo en 2002, 2006 y 2018. Llega a Qatar 2022 envuelto en dudas.
Hacia 1472 los pueblos que vivían en las costas de un río africano rico en camarones notaron que había aparecido un barco tripulado por marinos de piel clara llegados de muy lejos. Si hubieran podido entender lo que los recién llegados decían, se hubieran enterado de que venían desde una tierra llamada Portugal para reclamar sus tierras como propias y su trabajo como contribución obligatoria. Los nativos tuvieron a favor que los visitantes no tenían defensas contra las pestes tropicales, y les costaba sobrevivir en esas tierras llenas de mosquitos. Pero cuando la medicina de Europa halló la forma de remediar esos padecimientos, comenzó la carrera en la que media docena de naciones compitió para repartirse un continente entero en unos pocos años. A lo que hoy llamamos Camerún le tocaron los alemanes, que a partir de 1868 probaron en el país los tan humanos procedimientos de trabajos forzados que harían famosos en Bélgica o Polonia durante las guerras europeas del siglo XX. Al perder la primera de esas guerras, los alemanes tuvieron que ceder Camerún a británicos y franceses en 1919, con los resultados para los africanos que testimoniaría Louis-Ferdinand Céline en Viaje al fin de la noche. Cuando la segunda de las guerras europeas del siglo XX mostró a Francia como a una potencia decadente, los nativos empezaron a reclamar la independencia por las buenas o por las malas, y la obtuvieron en 1960 para las dos colonias de Camerún, la francesa y la británica, que se integraron en un solo país. A continuación sigue el relato de la vida independendiente de un país africano genérico: un gobierno de partido único, fuerte influencia militar en la vida política, mandatarios reelegidos durante décadas, ajustes recomendados por el Fondo Monetario Internacional, conflictos separatistas producto de la artificialidad grosera de las fronteras trazadas por las potencias coloniales, y en el siglo XXI la aparición de grupos fundamentalistas islámicos decididos a imponer sus ideas mediante el terror.
Camerún debutó en los campeonatos mundiales de fútbol en 1982 y terminó yéndose en primera ronda aunque invicta, debido a tres empates ante equipos presumiblemente mucho más fuertes como los de Italia, Polonia y Perú. Ese equipo fue campeón de África en 1984, la primera de cinco veces, pero sorprendentemente falló en clasificar a la Copa de 1986. Sí asistió a Italia '90, y ahí la palabra "sorpresa" se queda muy corta: el equipo del gran Roger Milla debutó venciendo a los campeones argentinos en el partido inaugural, luego le ganó a Rumania, sufró después su primera derrota en copas mundiales recién en su sexto partido y ante el representativo de la Unión Soviética, superó el desafío de Colombia en octavos de final y cayó dignamente en cuartos de final ante Inglaterra. Un flojo Mundial 1994 alcanzó apenas para que Milla se convirtiera en el jugador más veterano en marcar en una Copa del Mundo, con 42 años. A partir de ahí no hubo nada para destacar nunca, con puntos bajos como no haberse clasificado a la Copa de Alemania 2006 y a la de Rusia 2018. Llega a Qatar tras una eliminatoria infartante, definida en el último minuto del tiempo suplementario del partido revancha ante Argelia en campo visitante.
Olmecas, mayas, zapotecas y toltecas se habían sucedido por siglos en Mesoamérica, cultivando maíz y frijoles, trabajando el oro y la plata, componiendo caracteres jeroglíficos para escribir sus mitos y su historia, construyendo pirámides monumentales, hasta que hacia 1325 surgió el Imperio Azteca, una entidad política que subordinó a los demás pueblos de la región en beneficio de su hegemonía económica, política y religiosa. Los vasallos pasaban a servir de fuerza de trabajo y a alimentar la incesante demanda de seres humanos a ser sacrificados en homenaje a la ideología imperial, algo en lo que los aztecas prefiguraron el mundo actual. En 1521, inmigrantes ilegales llegados en pateras de allende el océano impusieron su ley y aseguraron la igualdad entre los habitantes de lo que hoy es México, esclavizando a todos sus pueblos por igual.
Esa Nueva España establecida sobre las ruinas del México anterior perduró casi tres siglos, hasta que el derrumbe del amo de ultramar abrió la posibilidad de un cambio profundo. La revolución social de los campesinos fue aplastada más temprano que tarde, porque la elite española y la criolla podían disentir violentamente en cuál iba a regir, pero estaban unidas en la defensa de sus privilegios. La tardía independencia dio origen a un breveimperio de raíz local tan socialmente conservador como la colonia, y durante décadas se sucedieron las luchas entre líderes populares que pretendían imponer programas de reformas sociales y dictaduras oligárquicas que sólo buscaban perpetuar el imperio de los privilegiados, a veces interrumpidas o acicateadas por las intervenciones militares francesas o norteamericanas de costumbre. Hubo otra revolución social al alborear el siglo XX, que se comió a sus hijos como todas las revoluciones, y que se institucionalizó tras dos décadas de violencia con la presidencia del fundador del México moderno, el general Lázaro Cárdenas, que nacionalizó el petróleo, consolidó la reforma agraria y apartó perdurablemente a la Iglesia de la vida política mexicana. Institucionalizar una revolución es una paradoja no menor que el que lo lograra un partido, el Revolucionario Institucional o PRI que, es fama, no era de izquierda ni de derecha sino todo lo contrario. El PRI fue perdiendo con los años el espíritu revolucionario, mas no las mañas electorales, conservando el poder mediante métodos fraudulentos y el ocasional empleo de la violencia despiadada, como contra el alzamiento estudiantil de 1968. Las ideas revolucionarias de antaño dejaron lugar a una integración total con los Estados Unidos en un rol subordinado, de sede de las fábricas que los norteamericanos ya no querían en su tierra y de proveedor de las drogas ilegales que los norteamericanos sí querían desesperadamente, Para el año 2000 ya ni las guerrillas pop de Chiapas ni el fraude quedaban en pie, sólo el monstruo de una guerra hipócrita contra los carteles de drogas que costó centenares de miles de muertos y amenaza la viabilidad del estado.
La selección mexicana de fútbol se acostumbró a asistir a las Copas del Mundo para perder siempre y más bien feo, tanto que recién en su cuarta participación logró un empate, ante Gales en Suecia '58, y en su quinta participación y decimocuarto partido mundialista su primera victoria, ante Checoslovaquia en Chile '62. Su papel en Inglaterra en 1966 no fue mejor, en 1970 como locales logró pasar de ronda pero fue goleada por Italia en cuartos de final, y a ese insulto le siguieron las injurias de ni poder clasificarse a las Copas de 1974 y 1982 tras perder ante rivales bien del montón, y de irse de Argentina en 1978 con tres derrotas dolorosísimas. En 1986 fue sede por segunda vez, y al menos llegó a cuartos de final, para ser eliminado por penales por los alemanes del oeste. En 1990 hubo un nuevo fracaso en fase de clasificación, ante los abominados norteamericanos, y ese fue el fondo del pozo. Desde entonces participó en todas las Copas y pasó la primera ronda siempre, bien que sin poder llegar demasiado lejos después. Ha ganado varias veces las competiciones de la CONCACAF, lo que no quiere decir demasiado, y tiene en su historial dos finales de Copa América en 1993 y 2001, además del trofeo en los Juegos Olímpicos de 2012 en Londres y del que tal vez sea el éxito más grande de su historia: la Copa de las Confederaciones de 1999, ganada en casa tras derrotar 4-3 en la final en el Estadio Azteca a un gran equipo brasileño. Le queda a su entrenador el Tata Martino, nada menos, el desafío de reinventar su carrera alcanzando el logro que los aficionados mexicanos anhelan desde siempre.
Españoles, franceses, ingleses y nerlandeses pelearon durante siglos por adueñarse de extensas tierras en las que veían oportunidades infinitas, una vez despejadas de molestos pueblos originarios e importados los africanos que se hicieran cargo de las tareas pesadas imprescindibles para que sus amos pudieran enriquecerse y dedicarse a cultivar el espíritu. En 1776 trece ricas colonias decidieron que no aceptarían que se les impusieran leyes en cuya sanción no hubieran participado y se declararon independientes, para lo que tuvieron que defenderse de la Corona Británica con la ayuda de españoles, franceses y nerlandeses. La victoria les sonrió en 1783, y los nacientes Estados Unidos de América se dedicaron entonces a prosperar y a afianzar esa democracia pujante en la que blancos varones propietarios participaban a través de sus representantes en la sanción de leyes que se imponían a todos los habitantes de la nación. La consolidación del joven Estado requirió más temprano que tarde asegurar sus fronteras, por las buenas o por las malas, y así los franceses tuvieron que cederle Luisiana, los españoles Florida, y los mexicanos la mitad septentrional de su país, incluyendo joyas como California y Texas. Negocios son negocios.
Un norte con una economía proteccionista basada en la industria y un sur asentado sobre el trabajo esclavo en plantaciones y defensor del libre comercio eran dos países muy distintos en uno, y en 1861 se desató una guerra civil en la que estuvo en juego la condición de nación unida. Venció el proyecto del norte, que necesitaba trabajadores asalariados que pudieran pagar y consumir las mercancías que sus fábricas producían incesantemente, y esa victoria se llevó puesta a la vieja y ya perjudicial institución fundacional de la esclavitud. Las promesas de la plena igualdad y la del mero voto de los antiguos esclavos se olvidaron más temprano que tarde en la posguerra: un claro indicio de para qué se había peleado esa guerra y uno más claro aún de para qué no. El último cuarto del siglo XIX vio a los Estados Unidos construir la economía más poderosa del mundo y el más nuevo de los imperios coloniales, conquistando Hawaii, Filipinas, Puerto Rico y Cuba. Millones de inmigrantes llegando de todo el mundo, decenas de miles de kilómetros de nuevas vías férreas, magnates que se enriquecían sin demasiadas consideraciones éticas o legales, todo más rápido, más grande, mejor. Negocios son negocios. Estados Unidos entró a la Primera Guerra Mundial casi sin proponérselo y decidió su resultado casi sin esforzarse: el mundo había ganado un nuevo señor. Una nueva guerra todavía más grande terminó por quebrar a los últimos estados desafiantes, Alemania y Japón, y convencer al Imperio Británico que su tiempo había pasado. Para que los molestos burócratas comunistas de Moscú hicieran lo mismo se requirió un esfuerzo titánico: una carrera armamentista disparada hacia la multimillonaria insensatez armada, otra carrera multimillonaria paralela hacia la conquista de la Luna, una guerra tras otra en tierras distantes contra pueblos de idiomas y constumbres incomprensibles, un imperio comunicacional audiovisual que llegara hasta el último rincón del mundo. ¡Hasta incluso reconocerles derechos, algunos, a los descendientes de aquellos esclavos que habían puesto las bases de la nación con su trabajo forzado! Cuarenta años costó alcanzar la primacía mundial... para comprometerla por inercia, por respetar la antigua tradición nacional de que el Presidente de los Estados Unidos se gane la condición de criminal de guerra en tierras lejanas e ignotas, en desiertos y cordilleras del corazón de Eurasia. Un siglo largo de hegemonía global y un bufón de presidente después, el desafío ahora viene de una de las naciones más viejas y pacientes del orbe. Y esta vez las cartas del éxito parece que están enfrente. Negocios son negocios.
Tal vez sorprenda a muchos enterarse hoy de que Estados Unidos fue tercero en la Copa del Mundo inaugural, la de Uruguay en 1930: eliminó en fase de grupos a Bélgica y Paraguay y cayó en semifinales con Argentina. Cierto que esa Copa fue un campeonato americano reforzado con cuatro equipos europeos de segundo orden y apenas reunió trece participantes, pero no deja de ser un mérito. En 1934, con otro sistema de disputa, la suerte quiso que los norteamericanos se tuvieran que ver con el local Italia y una goleada los envió a casa rápidamente. Volvieron a los campeonatos mundiales para otro torneo de apenas trece equipos, la Copa del Mundo de 1950 en Brasil, y si bien no pasaron de ronda por culpa de sendas derrotas ante España y Chile, al menos se dieron el tremendo gusto de derrotar 1-0 a los maestros ingleses, uno de los resultados más sorpresivos de la historia de los campeonatos mundiales. A partir de ahí, el fútbol norteamericano perdió el rumbo y sólo se decidió a ordenarse de nuevo a fines de los años ochenta, ante la perspectiva de organizar la Copa de 1994. En 1990 comenzó una serie de participaciones consecutivas pero más bien opacas, con puntos altos en 2002 llegando a cuartos de final y en 2010 y 2014 a octavos de final, a lo que hay que agregar un bastante afortunado subcampeonato en la Copa de las Confederaciones de 2009 y algunos triunfos en copas de la CONCACAF. El punto más bajo se alcanzó en 2017, al quedarse afuera de la Copa de Rusia del año siguiente. Para Qatar 2022 parece haber mejores perspectivas, tanto que las figuras del equipo juegan en clubes de la elite europea: Pulisic en el Chelsea, McKennie en la Juventus y Sergiño Dest en el Barcelona.
Los pueblos britanos de origen celta que habitaban las montañas, los valles y las costas de lo que hoy llamamos Gales fueron invitados a salir de la barbarie e ingresar a la civilización por los ubicuos romanos. La manera de salir de la barbarie e ingresar a la civilización era participar del Imperio Romano en calidad de pastores, agricultores y mineros en tierras que, mientras eran bárbaros, eran suyas, y ahora que eran civilizados, eran de terratenientes venidos de ultramar. Las legiones fueron muy persuasivas acerca de los beneficios para Roma de esta invitación, y la región occidental del centro de Gran Bretaña perteneció al Imperio por tres siglos. Los britanos vieron a sus invasores retirarse cuando el Imperio se derrumbaba, aceptaron el cristianismo, y durante siglos se dedicaron a rechazar a nuevos invasores del continente, sean éstos anglos, sajones o normandos, en míticas guerras que dieron origen a la leyenda del Rey Arturo. Pero en 1277 debieron someterse a sus vecinos ingleses, que habían caído ante cada uno de aquellos invasores y que eran los hijos y nietos de sus conquistadores. Cedieron su principado como título nobiliario del heredero del trono inglés y se resignaron a ser los parientes pobres del reino, sus mineros de carbón y sus obreros metalúrgicos, siempre y cuando las crisis económicas no los obligaran a emigrar tan lejos como Estados Unidos, Australia o el Valle del Río Chubut en la remota Patagonia Argentina, a la que distinguen con su idioma, su religión y sus costumbres y, como sus vecinos mapuches, se integran pacíficamente a una Nación Argentina que los abraza como a todos sus hijos. Bueno, sort of.
La federación de fútbol de Gales es la tercera más antigua del mundo, y ya en 1876 jugó su primer partido internacional o algo así, ante Escocia. Siempre estuvo a la sombra de ingleses y escoceses en el campeonato británico de naciones, y clasificó a su primera Copa del Mundo recién en 1958, y gracias a un imprevisto: ningún equipo africano o asiático quiso jugar contra el representativo de Israel después de su invasión a Egipto de 1956, y la FIFA sorteó a un equipo entre los eliminados en los juegos de clasificación ¡y Gales salió elegido! Derrotó a Israel en los dos partidos y se metió en la Copa, superando invicto la zona de clasificación y cayendo en cuartos de final con el futuro campeón Brasil de Pelé, apenas 0-1, y dando la ventaja de jugar sin su, más que estrella, único argumento futbolístico, el goleador de la Juventus John Charles, que estaba lesionado.
A partir de allí se dio la constante de que el equipo galés se alzara sobre los hombros de, más que una estrella, un único argumento futbolístico: hoy Mark Hughes, luego Ian Rush, más adelante Ryan Giggs. También se dio la constante... de que fallara en atravesar las eliminatorias europeas. La racha recién se cortó para Qatar 2022, con un equipo... armado en torno a una estrella, esta vez Gareth Bale, que terminó abriéndose paso al campeonato mundial en un épico partido de repechaje contra Ucrania en Cardiff, con una actuación descomunal del arquero Hennessey, un gol de Bale y bastante suerte. Seguirá necesitando todo eso en noviembre, cuando tenga que enfrentar a sus vecinos ingleses y a los duros norteamericanos e iraníes.
Navegantes nerlandeses y españoles se toparon con esa isla enorme que hoy llamamos Australia a principios del siglo XVII, como si toparse con semejante masa de tierra fuera tan difícil. De hecho era una hazaña en la que los aborígenes australianos se les habían adelantado por apenas unos 65 mil años, y sin hacer tanta alharaca. A fines del siglo XVIII los británicos reconocieron las costas y decidieron hacerlas suyas, invitando cordialmente a algunos presidiarios a hacer punta. Ni los aborígenes ni los presidiarios estaban muy conformes con el plan que el gobierno de Su Majestad tenía para ellos, tanto que una revuelta de presos llevó a establecer un régimen colonial dictatorial. Un descubrimiento de oro atrajo inmigrantes de China, América del Norte y Europa, y la presión para organizar una sociedad civilizada aumentó. En 1901 las colonias de la isla se federaron en un dominio imperial y en 1907 sus habitantes adquirieron el derecho de elegir su propio gobierno, siempre y cuando no fueras alguno de los contados aborígenes que a duras penas habían sobrevivido a las pestes, las guerras de frontera y el maltrato de los colonos. La amenaza del Japón en la Segunda Guerra Mundial enseñó a los australianos que ser parte del Imperio Británico ya no garantizaba su seguridad y que los Estados Unidos eran un aliado mejor, así que salieron del conflicto libres de una tutela y sujetos a otra. El país prosperó gracias a sus recursos mineros y agroganaderos y levantó una industria poderosa, se abrió a nuevas migraciones de Asia y Europa y empezó a saldar su deuda con sus pueblos originarios. También participó de claque en cuanta guerra imperial los Estados Unidos se involucraron, o sea nada diferente de lo que había sucedido cuando eran parte del Imperio Británico. Sufrió algo parecido a un golpe de Estado en 1975 cuando se le ocurrió darse un gobierno nacionalista y de izquierda, y vio decaer su industria al insertarse en una globalización en la que interesaban más sus materias primas que su pequeño mercado interno. China es su principal cliente y Estados Unidos su principal aliado militar: no está siendo sencillo resolver esa esquizofrénica ecuación.
Los australianos están tan lejos de todo que les llegaron mal las reglas del fútbol y del rugby y terminaron inventando ese deporte medio border que se llama fútbol australiano. Al fútbol de en serio, como al rugby, sólo jugaban con sus vecinos neocelandeses y con algún equipo canadiense o indio que pasaba de gira, que tampoco tenían un nivel como ayudar a elevar el propio. En los Juegos Olímpicos de casa de 1956 pasaron un papelón: fueron goleados por ¡India! que después fue goleada por Yugoslavia. En 1973, tras superar a la pobre competencia que eran entonces los asiáticos, clasificaron a la Copa del año siguiente. Hicieron un papel digno, sacándole un empate a Chile y perdiendo con las dos selecciones con que la Guerra Fría privilegiaba a los alemanes (?). A partir de mitad de los años ochenta, tras ganar la muy poco competitiva eliminatoria de Oceanía, Australia se enfrentaba siempre con algún rival extracontinental en un repechaje por una plaza mundialista, en general un equipo sudamericano como Argentina en 1993 o Uruguay más de una vez, venciendo solamente en 2005, precisamente a los orientales. En la Copa de 2006, casualmente otra vez en suelo alemán, los australianos sorprendieron al mundo derrotando a los japoneses, empatando con los duros croatas y siendo eliminados en octavos de final por los italianos que terminarían campeones, en tiempo agregado y merced a un penal muy discutible. Para la Copa de 2010 ya habían mudado de Oceanía a Asia esa isla descomunal, una hazaña increíble (?) buscando ser parte de una confederación más competitiva (¡lo que será Oceanía!) y otra vez hicieron un buen papel: empataron con los ghaneses, derrotaron a los serbios y no pasaron de ronda por diferencia de gol, debido a una fea goleada 0-4 ante los alemanes de costumbre. Volvieron a clasificar para la Copa de 2014, donde les tocó un grupo dificilísimo, con la España campeona de 2010, los siempre competitivos nerlandeses y uno de los mejores Chile de la historia: su paso por Brasil fue mucho más meritorio que lo que dejan traslucir sus tres derrotas. En 2015 fueron campeones de Asia, en 2018 participaron de la Copa de Rusia empatando con Dinamarca y perdiendo ajustadamente con los franceses que terminarían campeones y con Perú, y en 2022 superaron el repechaje precisamente con los peruanos y acabaron en el Grupo D con Túnez... y otra vez con Dinamarca y Francia. A la realidad parecen gustarle demasiado las repeticiones.
Cristóbal Colón reconoció las playas atlánticas de lo que hoy llamamos Costa Rica ya en 1502. Posteriores exploradores españoles se encontraron con que en esa parte de América no había oro, ni tribus de pueblos originarios tan numerosas como para invitarlas a morir trabajando para que los inmigrantes de ultramar se enriquecieran, así que se formó una colonia sin muchos esclavos ni tampoco barones, bastante igualitaria para la época y el continente. El derrumbe de la autoridad colonial fue aprovechado por las elites de México para crear un breve Imperio que apuntaba a ser la misma colonia de siempre pero con otro nombre, pero no duró mucho, como tampoco lo hizo una república federal centroamericana que no estaba en el interés ni de las celosas burguesías locales ni mucho menos de las extranjeras, que siempre preferían negociar con la contraparte más débil posible. En 1856 y 1857 Costa Rica tuvo que enfrentar al filibustero norteamericano William Walker, que se había apoderado de Nicaragua y pensaba restablecer la esclavitud en territorios que pensaba anexar a unos Estados Unidos hegemonizados por los estados del Sur.
En las décadas siguientes, la construcción de ferrocarriles y el cultivo del café requirieron contratar trabajadores en Jamaica, que aportaron al país los apellidos ingleses que lo distinguen de sus vecinos. La United Fruit, ama y señora de Centroamérica, no pudo llevarse por delante a los trabajadores costarricenses, cuyos sindicatos le impusieron la negociación de concesiones laborales, y empujaron a las fuerzas políticas a impulsar un estado de bienestar modelo en la región. En 1948 se abolieron las fuerzas armadas, liquidando su influencia en la política, y las décadas siguientes vieron consolidarse al estado más democrático y próspero de América Central. Al menos hasta estos años desangelados, en los que la política parece consistir en enloquecer a la gente para que vote contra sus intereses profundos.
Los Ticos ya competían con sus vecinos centroamericanos hace cien años, pero sólo clasificaron por primera vez a una Copa del Mundo en 1989. En Italia '90, con un gran arquero como Luis Gabelo Conejo y un entrenador como el legendario Bora Milutinovic. perdieron ajustadamente con Brasil en Turín, el día en que usaron la casaca de la Juventus para ganarse al público, y derrotaron a Suecia y Escocia, para terminar goleados en octavos del final por la Checoslovaquia de Skuhravy. Retornaron a los campeonatos del mundo para la Copa de Oriente de 2002, en la que vencieron a China, empataron con Turquía y fueron goleados por el Brasil que terminaría campeón, y quedaron fuera de la fase de mata-mata por diferencia de gol. En Alemania 2006, la selección de Costa Rica perdió los tres partidos y la Copa no dejó nada positivo. Volvió para la de 2014, para dar una de las mayores sorpresas de la historia del fútbol: ¡ganó un grupo en el que había tres campeones mundiales como Inglaterra, Italia y Uruguay! En octavos de final batió por penales a Grecia, y recién cayó en cuartos de final ante el elenco de los Países Bajos, también por penales. Su líder era otro arquero, el gran Keylor Navas, luego múltiple campeón tanto con Real Madrid como con Paris Saint Germain. En 2018, un equipo sin renovación apenas rescató un empate con Suiza, y en 2022 llegó como el último clasificado, tras ser apenas cuarto en la eliminatoria de la CONCACAF y eliminar en repechaje a los kiwis neocelandeses. Les toca un grupo casi tan difícil como el de 2014: además de los siempre arduos japoneses, los esperan dos candidatos, Alemania y España.
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