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DEL UNIVERSO CINE BRAILLE * * * * * ** * * * |
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* * * * * * * * * * * * PERO ¿QUIÉNES SOMOS LOS QUE HACEMOS CINE BRAILLE? * * * * * * * * * * * * |
UNA SEMANA DE OCTUBRE VIENDO SERIES Y PELÍCULAS
DOMINGO DE EL JARDÍN DE BRONCE Y LUNES DE UN GALLO PARA ESCULAPIO Estas dos series son las apuestas más fuertes del año de la ficción local, bien que con financiación internacional, y las presento juntas porque me parece interesante contraponerlas. Ambas son series policiales, pero mientras El jardín de bronce parece un policial inglés de la época clásica, en el que el quién lo hizo es el motivo casi exclusivo de interés, Un gallo para Esculapio sigue la tradición del policial negro a la norteamericana, en la venerable senda de Chandler y Hammett: la exposición de la corrupción y la violencia de la sociedad moderna es tan o más importante que la resolución de la trama.
Mientras los personajes principales de El jardín... son porteños de clase media alta, los de Un gallo... son marginales del Oeste del Gran Buenos Aires, más allá de que sus delitos les hayan comprado a algunos de ellos un muy buen vivir y hasta una apariencia de respetabilidad. (Gran acierto de Sebastián Ortega y Bruno Stagnaro, iluminar un territorio que la TV argentina suele ignorar con entusiasmo, como no sea para usarlo como arma arrojadiza con fines políticos demasiado evidentes). La trama de El jardín... es un mecanismo de precisión superior; los personajes de Un gallo... son más complejos y, por ende, interesantes. En el último capítulo de El jardín... se perciben más de lo decoroso los límites actorales del protagonista Joaquín Furriel, así como sorprende una poco lograda actuación de Norma Aleandro. En Un gallo... las actuaciones son muy convincentes, desde la muy buena de Peter Lanzani (a quien ese nombre capusottesco condena al prejuicio) hasta la de prácticamente todos los personajes secundarios o incidentales: porque para enaltecer o estropear una escena no es imprescindible ser un protagonista. ¿Luis Brandoni? Las secuencias en las que se postula la vulnerabilidad de su personaje el Chelo son grandes momentos de actuación; aquellas en los que tiene que justificar su carácter de delincuente temido no terminan de convencer. (¿Cómo creerse que el Yiyo de Luis Luque pueda sentirse intimidado por él?). Y el final de El jardín..., después de una vuelta de tuerca genial, cierra de un modo brillante la trama, tanto como el de Un gallo... deja abiertos varios destinos ¿para una segunda temporada? Sería una buena noticia.
Entre otros paralelos, además del obvio de la actuación en ambas series de Luis Luque y Diego Cremonesi en papeles en los que parecen encasillados, está el de la resolución de ambas historias urbanas en un ambiente rural, como si los personajes de una ficción argentina no tuvieran otra salida que enfrentar el destino sudamericano que Borges entreviera en el Poema conjetural.
MARTES DE LA ESTAFA DE LOS LOGAN A esta película del a medias retirado Steven Soderbergh no le fue tan bien como merecía. Tal vez el público entendió que se trataba de una parodia de Ocean's Eleven con palurdos de Virginia Occidental que votan a Donald Trump, cuando en realidad ni es tan definidamente una comedia, ni hay tantas escenas violentas, ni sus personajes son simples caricaturas del provinciano norteamericano: no es Los Duke de Hazzard. Todo lo contrario a una caricatura: si hay algo que destaca Soderbergh en los Logan del filme, una verdadera dinastía de perdedores arquetípicos, es su dignidad. Los apuntes sarcásticos están reservados para algunos de los figurones de un American Way of Life al que ya se le notan demasiado los remaches: para la corporación empresaria que maneja la muy popular categoría de automóviles de competición NASCAR, para sus pilotos ricos y famosos que se llaman burlonamente a sí mismos con los nombres de las compañías que explotan sus millonarios derechos de imagen, para las autoridades del sistema carcelario.
Una comedia para la sonrisa, más que para la carcajada; poca violencia; ninguna persecución en automóvil; diálogos meramente funcionales (no tienen la chispa de, digamos, Pulp fiction). No es una película de las que hacen saltar la taquilla pero es un filme muy entretenido, que exalta a unos losers queribles a los que el Sueño Americano les pasa de largo, losers que han sido protagonistas de incontables canciones de Bruce Springsteen, Bob Dylan, Tom Fogerty, Lynyrd Skynyrd o el recientemente fallecido Tom Petty. Que suene Fortunate Son de Creedence Clearwater Revival cerca del final es toda una declaración de principios.
MIÉRCOLES DE CHANCE Esta serie de 2016 es un segundo regreso a la TV del ex House, M.D. Hugh Laurie, después de esa muy buena miniserie inglesa que fue The night manager. Aquí Laurie es el doctor Eldon Chance, un psicoanalista que se involucra sentimentalmente con una de sus pacientes, Jacklyn (bellísima Gretchen Mol), que es víctima del maltrato de su esposo, un policía violento e inescrupuloso, tanto como de un trastorno de personalidad disociada que la desdobla en Jackie, una peligrosísima vampiresa. Chance también afronta un divorcio traumático, problemas de dinero, una hija adolescente en un momento muy difícil de su vida, amistades peligrosas y un pasado que no puede dejar atrás, tanto como para hacernos recordar la tan sabia frase de Faulkner de que "el pasado ni siquiera ha pasado". Por cierto, casi no hay personaje importante de esta serie a quien un hecho oscuro de su pasado ni una psicopatología derivada de él no arruine su presente. Como a cualquiera de nosotros, bah.
JUEVES DE BLADE RUNNER 2049 Cualquier cosa menos penar con el rejuntado antes conocido como Selección Argentina de Fútbol. Y menos aún si se estrena la secuela de una de las películas que más quiero, la Blade Runner de los replicantes y los cazadores de replicantes asqueados de serlo y una hermosísima Sean Young y el soliloquio de un moribundo que, tras salvarle la vida a quien buscaba matarlo, nos
advierte para siempre
que todos estos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia. El director Denis Villeneuve la tenía muy difícil con esta nueva película, ambientada treinta años después de la (celebradísima) primera: ¿cómo no pasar un papelón?
Para la fotografía recurrió a un prócer como Roger Deakins, y el resultado es im-pre-sio-nan-te: en este aspecto, Blade Runner 2049 está a la altura de la original, lo que es decir al nivel de una película que definió tendencias por tres décadas. Los Ángeles desde el aire bajo la lluvia nocturna, las ruinas de Las Vegas bajo una tormenta de arena, el megabasural de San Diego, los hologramas gigantes que fungen de avisos publicitarios en ese futuro que por momentos pareciera haber llegado hace rato, el viejo hotel en el que se refugia un envejecido Rick Deckard: imágenes que quedarán en la memoria del amante del cine tanto como tantas del icónico filme de Ridley Scott de un 1982 que hoy nos queda más lejos que el ficticio 2019 de la película.
Para la historia, el director y los guionistas parecieran haberse pasado un buen tiempo reviendo obras como la primera Matrix, A.I., la Her de Spike Jonze, la serie Westworld y hasta algunos relatos evangélicos gnósticos. (La película de 1982 ya admitía una interpretación judeocristiana). Parecen haber decidido subrayar la lectura espartaquista de la saga: cito como pruebas la secuencia en un campo de trabajo infantil y la organización de algunos replicantes bajo el liderazgo de Freysa (Hiam Abbass).
Tal vez debieran haberse tomado más tiempo para rever la película de Ridley Scott, que si algo nunca fue, por suerte, es ese combate pirotécnico entre malos y buenos bien definidos que le gusta tanto a Hollywood y que hace que la comparación entre los dos filmes sea cruel con el de Villeneuve.
También parecen haber decidido contar un 2049 en la línea del tiempo del 2019 del filme primigenio, más que del 2019 del que hoy nos separan meses: vuelve a aparecer, como en Blade Runner, una publicidad de la hace décadas desaparecida aerolínea Pan Am; otro aviso y algún cartel en alfabeto cirílico parecen sugerir que en ese 2049 sigue existiendo ¡la Unión Soviética!
La película le quedó un poco larga, dos horas cuarenta y algo, pero la verdadera Blade Runner 2049 es la hora final, una vez que K (perfecto Ryan Gosling) encuentra a Deckard (no menos perfecto Harrison Ford). Las preguntas que plantea son las mismas que la del filme de Ridley Scott. ¿Qué es lo que nos hace humanos? (¿La conciencia de la muerte y la empatía, si es que no son la misma cosa? ¿La capacidad de amar y de sufrir, si es que no son la misma cosa?). ¿Qué somos sin nuestra memoria? ¿Qué pasa si nuestras memorias no son reales, entonces? ¿Qué tan real es la persona que amamos? ¿Qué es real, en definitiva? Preguntas que se vuelven hacia la propia película: ¿es un filme real, o es una mera réplica de la Blade Runner ochentosa? El peso dramático de algunas secuencias clave descansa muy claramente en paralelos con la primera parte: en un momento emocionalmente poderosísimo del que no daré demasiados detalles para no caer en el spoiler y que cifraré en la frase "ella tenía ojos verdes"; más evidentemente aún, en el final. Si el espectador se conmovió como yo en esos dos momentos, la respuesta es clara. Si no, también.
VIERNES DE CURB YOUR ENTHUSIASM (NOVENA TEMPORADA) Y al fin volvió Larry David y su legendaria serie, tras varios años en los que... Larry dice que estuvo trabajando en el libro de una comedia musical. ¿Tema? ¡La fatwa del ayatolá Jomeini que condenó a muerte a Salman Rushdie! Pero como si ofender a los musulmanes chiítas no fuera suficiente, Larry se las arregla para arruinar a su modo inimitable un casamiento entre lesbianas, sembrar dudas acerca del futuro marido de la hija de Jeff y Susie porque es veterano de Afganistán y quién sabe si no padece "estrés postraumático", o bromear acerca del sufrimiento de una asistente constipada ("grupos de apoyo para estreñidos") o hacerle un lugar al lucimiento de Leon / J. B. Smoove (que dice haber protagonizado "una película porno estando estreñido"), o parodiar maravillosamente en el final del capítulo la escena clave de Psicosis. Cuando sea grande quiero ser Larry David.
SÁBADO DE THE DEUCE Se dice que la TV de esta segunda década del siglo XXI recupera al folletín decimonónico a lo Balzac, Dickens o Tolstoi, esas largas y complejas narraciones con decenas de personajes que describen toda una época: esta nueva serie de HBO, como la fallida Vinyl, retrata la Nueva York de los '70, hermosa, vibrante, sucia, vital, iluminada, violenta, creativa, tercermundista, corrupta, vulgar, oscura, genial, drogadicta, proto-punk. La Nueva York que nos enseñaron a amar Lou Reed, Martin Scorsese, Gil Scott-Heron, Ramones, Television, Talking Heads, Sidney Lumet, Gay Talese, Blondie, Woody Allen, New York Dolls, The Warriors. La obra de David Simon y George Pelecanos, los cerebros de The Wire, que fue tal vez, apenas, la mejor serie de la historia de la TV mundial, cuenta la transformación del negocio de la pornografía y el sexo, de actividad marginal e ilegal a industria poderosísima. Lo hace sin privarse de ofrecer una mirada crítica del fenómeno: son también los años en que el feminismo y el movimiento de defensa de los derechos de los homosexuales comienzan a hacerse sentir en el debate público. La ambientación es brillante, las actuaciones son perfectas, la música incidental es un motivo adicional de interés: de lo mejor que se va a ver en este año.
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