Reseña crítica: A pesar de tener membranas interdigitales -anomalía conocida como "sindactilia"- el tenebroso Jugoru Komoda (Tatsumi Hijikata) realiza operaciones quirúrgicas y obtiene varios seres deformados, tales como hermanos siameses, personas jorobadas, una mujer bestia, un hombre lobo y todo tipo de delirios de la anatomía. En tanto, nuestro protagonista, el joven médico Kosuke (Teruo Yoshida), escapa de una cárcel-neuropsiquiátrico en la que, por algún motivo, estaba confinado. Se oculta en un circo y llega a una localidad costera, donde asume la identidad de un muerto con quien compartía una cicatriz en forma de svástica en la planta de un pie. Bajo su nuevo nombre de Genzaburo, viaja a una remota isla que es el cuartel general del citado Jugoru. Allí conoce a la joven Hideko (Teruko Yumi), monstruosamente unida al cuerpo de un deforme como si fueran siameses. Jugoru explica que tales especímenes constituyen el trabajo de varias décadas y que en breve se propone salir con sus freaks para alterar el orden social, para lo cual necesita de la cooperación de Genzaburo. Opuesto a semejante delirio, el muchacho exige se le permita operar a Hideko para separarla de su aberrante "hermano". En determinado momento de la trama hace su triunfal aparición el Sherlock Holmes del Sol Naciente, el inefable Kogoro Akechi (Minoru Ooki), única persona capaz de analizar los detalles aleatorios y completamente desquiciados de este caso y encontrar una resolución satisfactoria… que vendrá acompañada de una larga explicación en flashback, al estilo Poirot, en que se introduce el famoso caso de "la Silla Humana". Por sus detalles particulares y permanente clima de alucinación, se trata de una de las películas más estrambóticas y delirantes de su época. El pasaje del universo perturbado pero al mismo tiempo folletinesco de Edogawa Rampo, el Edgar Allan Poe japonés, está satisfactoriamente logrado por la mano del director Teruo Ishii, que basa su trama en tres relatos del autor: "Kotou-no Oni", "Panorama-tou Kidan" y "Ningen Isu". Ishii, a la sazón con una carrera directorial no muy larga en tiempo pero intensa y prolífica (sólo en el año 1969 estrenó seis películas), podría percibirse como el Takeshi Miike de los '60. Su tempo narrativo es moroso y calmo en la primera hora, pero se acelera a partir que la acción se traslada a la isla, hasta un final de marcada ingenuidad que parecería querer resaltar que las más graves aberraciones no son las malformaciones físicas sino las degradaciones morales de varios de los personajes (a la simpática "silla humana", agregar tortura, violación, incesto y tal vez, canibalismo). [Cinefania.com]
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