Reseña crítica: En el epílogo de "The Drawing of the Three" (Signet Books, 1990), segundo volumen de la serie, Stephen King reconocía que “esta obra parece ser mi propia Torre; estos personajes han estado obsesionándome, especialmente Roland”. Y, disculpándose por no saber –o no poderlo revelar aun—acerca de qué es exáctamente la Torre y qué puede esperar Roland de encontrarse allá (o incluso si llegará o si será el único en hacerlo), confesaba que “esta historia ha estado llamándome una y otra vez durante un período de diecisiete años”. Teniendo en cuenta los ocho volúmenes en los que publicó originalmente su argumento, la evidente (y sana) especulación del conglomerado Sony Columbia al invertir 66 millones de dólares para esta adaptación cinematográfica era la de una franquicia que floreciera en secuelas y series. Por eso, suponemos, no podían darse el lujo de adoptar la elusividad y el misterio con que el autor iba develando novela a novela cada eslabón de su historia. “La muerte no está muy lejos”, le dice el diabólico Walter (Matthew McConaughey) a un soldado moribundo, al parecer, en la Guerra Civil. Si bien es cierto que en el Antiguo Oeste, la muerte era algo casi familiar, la escena no es histórica sino onírica y solo parece ocurrir en la mente durmiente del pequeño Jake (Tom Taylor), un niño de once años. Jake sufre pesadillas recurrentes que lo transportan a un abismal universo en que una torre que se eleva incólume contra el caos y la oscuridad está en peligro inminente de un ataque por parte, justamente, de las fuerzas del mal, de los esbirros de Walter. Lejos de estos formidables dilemas, el día a día de Jake en la New York contemporánea le lleva a afrontar la crueldad de algún compañero de colegio, la incomprensión de su pedagogo escolar y la ignorancia de su madre, que está por internarlo en una institución de diagnóstico cuyos trabajadores sociales son sospechosamente parecidos a los seres de las sombras que habitan sus sueños. De más está aclarar que Jake escapa y, para complicar a sus perseguidores, no solo cruza la ciudad sino un pasadizo extradimensional, apareciendo en un desértico páramo en donde, tras extenuante marcha, se encuentra cara a cara con uno de los personajes de sus sueños, el Pistolero Roland (Idris Elba), único capaz de hacerle frente al agobiante Walter. A partir de ese momento, el realizador irá hilando los caminos de los antagonistas para que confluyan en un previsible climax de balas y portales. Al exponer demasiado suscintamente los elementos narrativos, no hay mucho espacio para conjeturar acerca de las posibilidades de los personajes. Vemos que Walter aparece y mata a cada uno de los secundarios sin que conozcamos sus debilidades o límites; la no posibilidad de involucrarnos con ellos, nos torna indiferentes ante estos episodios. En tanto, el Pistolero, que hace buenas migas con el precoz héroe, apenas tiene tiempo de familiarizarse con la moderna New York en la que deberá abrirse camino a los tiros. Para un fanático del western, los dos últimos asombrosos rollos, plenos de acción y balas, tal vez sean suficiente recompensa por la hora previa de esbozos narrativos. Los fans de la obra de Stephen King tal vez se entretengan capturando visualmente las incontables referencias a todas las novelas del autor (o mejor dicho, solamente aquellas que pudieron ser incluidas sin arriesgarse a demandas judiciales de los propietarios de los derechos de sus respectivas franquicias). El resto, tal vez, sienta algo de decepción cuando la amenaza de cataclismo cósmico sobre New York (suponemos que en representación simbólica del mundo entero) sea neutralizada por el valiente Pistolero. Y no por la fallida apuesta financiera de una megacorporación multinacional sino por la excitante expectativa de apocalipsis contra ese mundo donde también habitan, operan y lucran esas megacorporaciones. [Cinefania.com]
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