Reseña crítica: No es la primera vez que el misterioso evaporamiento de Jack el Destripador se trata de explicar con su transpolación al salvaje oeste americano. Ya lo intentó en un episodio de CIMARRON STRIP, el especialista Harlan Ellison. En esta ocasión no contamos con ninguna pluma de excepción para la escritura pero sí con el atractivo de ver en acción –en su largometraje debut—al ignoto Robert Kovacs, un húngaro sosías de Charles Bronson que poco después adoptó el nombre artístico de Robert Bronzi y a quien ningún amante auténtico del cine clásico podría desearle otra cosa que buena suerte en su filmografía. La trama nos lleva a una zona boscosa con un triple acecho: el del asesino (con máscara y cuchilla en mano) contra toda mujer que se tope en su camino; el de Bronzi tras el asesino y, por último, el de los oficiales de la ley o los cazarrecompensas, por Bronzi. Al respecto, una extensa secuencia de persecución a plena luz del día nos permite evocar ni más ni menos (y en ello coopera no solo lo visual sino la precariedad de esta producción independiente) al ajuste de cuentas entre ladrones y comisarios en la prehistórica y referencial THE GREAT TRAIN ROBBERY (Asalto y robo de un tren-1903) con la que también comparte un primer plano de Bronzi disparando su Colt a cámara. Innecesariamente, el film pivotea con escenas contemporáneas en una biblioteca en la que una estudiante expone a un catedrático pruebas de la hipótesis de que Jack cambió su teatro de operaciones de las calles de Londres a la California de fines de siglo XIX. Lo más notorio, aparte del magnetismo que proyecta el aspecto físico del protagonista, son los golpes de efecto terroríficos del asesino atacando a sus víctimas (la técnica conocida como jump scare de la que el film abusa) o el gore que brota de balazos y cuchilladas. No es mucho, pero tampoco tan poco. [Cinefania.com]
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