Reseña crítica: Vuelve la veterana Hughette Duflos como Mathilde Stangerson, la "Dama de Negro", personaje misterioso que el reportero maravilla Rouletabille recuerda por un aroma y que ya había mencionado dos veces en la exitosa LE MYSTÈRE DE LA CHAMBRE JAUNE (El Misterio del Cuarto Amarillo-1930), cuyo estreno precedió a ésta en unos pocos meses. De ahí que el racconto de la resolución del famoso misterio fuera resuelto por el director Marcel L'Herbier en dos o tres planos de flashback para pasar de inmediato a narrar la secuela que nos ocupa, con la sorprendente insinuación de que Larsan (Marcel Vibert) puede no estar del todo muerto. Así que mientras el simpaticón Sainclair (el eficaz gordito Léon Belières) asiste al casamiento de Darzac (Edmond Van Daele) con Mlle. Stangerson, Rouletabille marcha al cementerio del Rouen donde comprueba fehacientemente que el ataúd de Larsan solo contiene... ¡bolsas de arena! Alertado Darzac, durante el viaje ferroviario de luna de miel, Mme. Stangerson confunde a un viejo arqueólogo con Larsan (no hace falta ser muy observador para darse cuenta que ambos personajes están interpretados por el mismo actor). ¿Será ese viejo y doblegado académico de los huesos un "camouflage" de Larsan? La infatigable acción no nos da mucho tiempo para dirimir semejante elucubración. Rouletabille y Sainclair se ponen velozmente manos a la obra para tratar de interpretar las intrigas que ocurren a cada momento en la mansión donde Darzac y su esposa pretenden pasar una temporada armoniosa y apacible. Hay algunos personajes nuevos, como la dueña de la mansión (Wera Engels con religioso pecho plano acorde a los modelos de belleza de la época), su aristocrático amante (Michel Kovaly), el primo de Darzac y el citado paleontólogo (o antropólogo, vaya uno a saber). Reaparecen el mayordomo (-hablando de huesos- el huesudo Kerny) y la criada Marie (Kissa Kouprine). La mansión es un lugar propio de su época, con sus vigorosas líneas arquitectónicas e interiores vanguardistas, incluyendo una - también vanguardista -servidumbre oriental ataviada con batas de cruces gamadas (!). En sus investigaciones, a las corridas, a los saltos o hasta vueltas-carnero, Rouletabille recorre la finca o el embarcadero e incluso las rocas de la costa; la inquieta cámara nos muestra cada ambiente y cada exterior desde los ángulos más ingeniosos y riesgosos. Y el desenlace ofrece los ingredientes acertados, con la metódica explicación del asesinato de turno por parte de Rouletabille, la exposición de la identidad asumida del previsible intruso (pero no quien uno creía), reacciones sorpresivas, alguna revelación pasmosa y... ¡más acción! Pero también las sobreactuaciones, los obligados pasos de comedia y lagunas de silencio están a la orden del día en una época en que el realizador aún no terminaba de explorar las diversas posibilidades del sonido y la movilidad de la cámara. Y en manos de L'Herbier esta carencia formal justamente se convierte en una virtud cinematográfica, cuando el tratamiento visual se revela siempre fresco, sorprendente y vigoroso. [Cinefania.com]
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